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Actualizado: 19 de julio de 2025
Me castigas porque me demuestras la diferencia; te comparo con ella, y si pierdes en la comparación, échate a ti la culpa... Para concluir, si vuelves a pronunciar delante de mí una palabra sola referente a mi mujer, cojo mi sombrero... y no vuelves a verme más en todos los días de tu vida».
Bien, pues si no parece, hay que seguir la pista a ese cojo. Buena seña tiene para que la policía dé pronto con él... Vamos, no te apures tanto, hombre, que el niño no se ha muerto, y si Dios quiere parecerá.
15 Yo era ojos al ciego, y pies al cojo. 16 A los menesterosos era padre; y de la causa que no entendía, me informaba con diligencia. 17 Y quebraba los colmillos del inicuo, y de sus dientes hacía soltar la presa. 19 Mi raíz está abierta junto a las aguas, y en mis ramas permanecerá rocío. 20 Mi honra se renueva conmigo, y mi arco se renueva en mi mano.
Este que apenas principia á estudiar, da con un tratado de filosofía y lee en voz alta, inocentemente y acentuándolo mal el principio cartesiano: ¡Cogito, ergo sum! El cojo se da por insultado, los otros intervienen poniendo paz pero en realidad metiendo cizaña y acaban por pegarse.
No pudo lograr de ella otra respuesta. Pues si ese guasón sigue dándome jaqueca, el día menos pensado le cojo por un brazo y le planto en la calle. Soledad se puso pálida de ira, pero se limitó á decir sordamente: Harías muy mal. Transcurrieron bastantes días después de esta corta explicación y las cosas, en vez de mejorar, empeoraron.
21 Y si hubiere en él tacha, [si fuere] ciego o cojo, o [hubiere en él] cualquier falta maligna, no lo sacrificarás al SE
Viviría rodeada de magnificencia, de lujo, y algún día, en uno de esos momentos en que el amor atestigua, protesta, jura, siente la necesidad de dar, diría á un galán: «Os cojo la palabra. Empero no creáis halagarme con los presentes acostumbrados.
Brindo a la salud de los novios antes de volver al convento dijo fray Gabriel. Y después de apurada la copa, se escurrió, sin que nadie, excepto la tía María, hubiese echado de ver su presencia ni notado su ausencia. La reunión se animaba por grados. ¡Bomba! gritó el sacristán, que era bajito, encogido y cojo. Calló todo el mundo al anuncio del brindis de aquel personaje.
A ver si te duermes... Cierra esos ojitos. ¿Verdad que me quieres? Más que a mi vida. Pero, hija de mi alma, ¡qué fuerza tienes! ¡Cómo aprietas! Si me engañas te cojo y... así, así... ¡Ay! Te deshago como un bizcocho. ¡Qué gusto! Y ahora, a mimir...
Don Víctor sintió que el ánimo aflojaba, no por amor a la vida propia, que no creía en gran peligro ante don Álvaro, sino por miedo a los remordimientos. Cuando supo lo de las pistolas, resolvió no matar a su contrario. «Le dejaría cojo. Tiraría a las piernas. El otro no era probable que le hiriese a él tirando a veinte pasos; tendría que ser por una casualidad».
Palabra del Dia
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