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Actualizado: 8 de junio de 2025
Y fuese a la misma puerta que ya se ha dicho, y entrose por ella, y siguiéndola Cervantes, hallose en un aposentillo desguarnecido y lóbrego, en el que no entraba más luz que la que venía de un altísimo patio estrecho, y por una raja de la pared, a manera de saetera, pasaba, y allí, sentándose la tía Zarandaja en una estera y Cervantes en un taburete cojo, ella le dijo que aquel caballero amaba de una manera desesperada, desde hacía mucho tiempo, a doña Guiomar, y que con ella quería casarse; pero que ella ni aun de él dejaba verse, porque para que no la viese se mantenía encerrada en su casa, y no salía sino entre dos luces para ir a misa a la iglesia mayor, y que cuando iba no era sino en silla de manos, cerrada y guardada por cuatro lacayos armados, que eran cuatro fieras, y de tan probada lealtad, que no había habido medios bastantes para obligarlos a que a su señora desirviesen, dejándola arrebatar por otros que de buena gana el caballero de quien se trataba hubiera enviado para apoderarse de ella: añadió la vieja que aquel día aquel caballero había ido a pedirla noticias de quién fuese el que la noche anterior había dado música a la hermosa viuda, y si no lo sabía, que lo averiguase, como asimismo de la causa por qué la Inquisición había estado, antes de la música, en casa de la viuda, y en vez de prenderla a ella, había preso al rapista Viváis-mil-años; y que ella le había dicho que no sabía nada, pero que procuraría averiguarlo.
Grandes piedras irregulares, retostadas por el sol, asomaban entre la argamasa de los muros. Cerca del suelo, una oblicua saetera, semejante al ojo de enorme cerradura, había servido en otro tiempo para defender la puerta a flechazos. Las rejas eran toscas y tristes. La portada abarcaba casi todo el ancho de la torre.
Se abrió una puerta más allá del arco del Arzobispo, la de la escalera que conducía a la torre y las habitaciones del claustro alto, ocupadas por los empleados del templo. Un hombre atravesó la calle agitando un gran manojo de llaves, y rodeado de la clientela madrugadora comenzó a abrir la puerta del claustro bajo, estrecha y ojival como una saetera.
Palabra del Dia
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