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Actualizado: 7 de junio de 2025
Es propiamente incalumniable... He tenido que pagarle ayer una cuenta de su sastre, que se había colgado de la campanilla de la puerta de casa... Con que ya ve usted mi situación; aconséjeme, indíqueme alguna salida.
Conozco bien mis autores. Mas eran veinte millones de pesetas, ofrecidos a la luz de una vela de esperma, en la travesía de la Concepción, por un sujeto de sombrero de copa, apoyado en un paraguas. Entonces no dudé. Y con mano firme repiqué la campanilla.
Estaban dando las dos cuando la campanilla sonó alegremente a impulso de un mano viva y nerviosa. Es la señorita Francisca, seguramente dijo Celestina, yendo a abrir sin apresurarse. Era ella, en efecto, que venía con Petra Brenay, Genoveva Ribert y sus madres, a buscarme para dar un paseo. Acepté con entusiasmo.
También ella desea que entre tú y Ballester le inventéis algo, y deis nombre a la casa, y llenéis bien el cajón del dinero... Pero buen par de sosos tiene en su establecimiento... Charla que te charla, doña Lupe miraba al reloj del comedor, mas no expresaba su impaciencia con palabras. Por fin sonó la campanilla débilmente.
Bien, pues agradezco a usted mucho el interés que se toma en este asunto, y aprovecho la ocasión para decirle en nombre de Quiñones y en el mío que tiene usted aquí su casa. Al mismo tiempo tiró del cordón de la campanilla y se levantó. Alzose también el barón mascullando las gracias y ofreciéndose. Pepe, acompañe usted al señor barón. Hizo éste una profunda reverencia.
Adornando el puente de su galera llevaba tres esmeraldas enormes, valuadas en más de cien mil ducados: una tallada en forma de flor, otra en forma de pájaro y otra de campanilla, a la que servía de badajo una perla gruesa. Con él iban servidores que habían estado en tan lejanas tierras, adoptando sus extraños usos.
Estos campanilleros formaban parte de las mismas hermandades del rosario, y eran, por lo general, gente obrera, y algunos llegaban á adquirir singular destreza en el manejo de la campanilla.
Una nube de tristeza pasó también por la bella alma apasionada de la respetable viuda, y sus miradas comenzaron a ser tímidas, inquietas, llenas de muda reconvención. Sonó la campanilla de la puerta. Nadie lo advirtió mas que el ama de la casa y Obdulia, cuyo rostro se cubrió de palidez.
Lerma, á quien la cólera hacía audaz, se acercó á la mesa real, tomó la campanilla de oro, y la agitó como si hubiera estado en su casa. Se presentó un gentilhombre. ¿Qué manda vuestra majestad? dijo sin reparar, en su servil apresuramiento, que el rey no estaba en la cámara. No, no es su majestad quien llama dijo Lerma mordiéndose los labios . Soy yo.
Buscó una rendija entre las lonas para ver algo, pero no la pudo encontrar; se tendió en el suelo y estaba así con la cara junto a la tierra cuando se le acercó la chica haraposa del domador que tocaba la campanilla a la puerta. Eh, tú ¿qué haces ahí? Mirar dijo Martín. No se puede. ¿Y por qué no se puede? Porque no. Si no quédate ahí, ya verás si te pesca mi amo. ¿Y quién es tu amo?
Palabra del Dia
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