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Actualizado: 7 de junio de 2025
Era un repique horrísono, donde tomaban parte desde la mayor de Toledo, hasta la campanilla de su escribanía. ¡Qué vértigo! ¡Qué fatiga! Afortunadamente cesó de golpe el campaneo. Pero fué al instante substituído por un silbido prolongado y tan agudo, que le desgarraba el tímpano de los oídos. Instintivamente se llevó las manos a ellos.
De pronto apareció en la altura un bulto menor que los otros, con un farol de dos luces: éste era el monago de la campanilla, y hasta se le distinguía en la mano cuando la sacudía para que sonara. Entonces cayó de rodillas Mari Pepa que estaba delante de todos, y exclamó con voz entera, mientras se llenaban de lágrimas sus ojos: En gracia te reciba el alma que te desea.
Se precipitó para tocar el cordón de la campanilla; pero el notario le sujetó la mano. ¿Qué significa esto? exclamó . ¿Queréis hacerme violencia en mi propia casa? No soy más que una mujer, pero... Sentaos, señora, os lo ruego, a fin de evitaros una vergüenza dijo el notario reconduciéndola a su sillón con una frialdad imperiosa . Escuchadme un momento.
Pero, enfermo o no, la verdad es que no llegó a visitarle médico, don Bernardino no quiso recibir a nadie y así se dió la consigna terminante: era una casa aquella en que a cada minuto estaba alguno colgado de la campanilla, y los visitantes no faltaron en estos dos días, pero nadie logró ver al conspicuo personaje de la situación.
En él estaban todo el alto clero, los cardenales con sus togas rojas, el «abogado del diablo» de terciopelo negro, los abades de conventos con sus pequeñas mitras, los mayordomos de fábrica de San Agrico, las sotanas violetas de la escolanía sin que faltaran numerosos individuos del bajo clero, los soldados del Papa de gran uniforme de gala, los ermitaños del monte Ventoso con sus caras feroces y el monacillo que los sigue tocando la campanilla, los hermanos disciplinantes desnudos de pecho y espalda, los floridos sacristanes con toga de jueces; todos, toditos, hasta los que hacen las aspersiones de agua bendita, y el que enciende y el que apaga los cirios... nadie faltaba al solemne acto... ¡Ah! ¡Era una hermosa ordenación!
Es un resultado del aseo general, de la limpieza de las casas y de las personas. Vaya usted a San Sebastián. Se lo comen vivo... Hombre, por Dios, ¡qué argumentos!... Sonó la campanilla. «¡Ahí está!» dijeron todos, y Barbarita miró al lugar vacío que estaba destinado a Villalonga en la mesa. Este entró muy alegre, saludando a la familia, y dando un apretón de manos a Moreno. «Indulgencia, señora.
Sofía me miró con risueño asombro. ¿Federico? ¿Mi marido? Es una idea original. ¡Inténtelo usted, amigo, inténtelo!... Tiró de la campanilla y dijo al criado: Ruegue usted al señor que baje al salón. Momentos después me vi entrar un hombre gordo, subido de color, cabello gris, bigote recio, anchas manos colgando de unos brazos rígidos y aspecto general de mozo de carga.
El capitán Vadillo llevó á Juan Montiño al postigo de la Campanilla, que abrieron los guardas de orden del rey, y luego le acompañó hasta el convento de Atocha. Por el camino fueron hablando de la mala noche que hacía, de lo obscuras que estaban las calles y de las guerras de Flandes. Cuando llegaron al convento, el mismo Vadillo tiró de la cuerda de la campana de la portería.
Tomó entonces en brazos a Magdalena y corriendo como un loco la llevó a su aposento, la depositó jadeante y afónica sobre el lecho y tiró con todas sus fuerzas del cordón de la campanilla en demanda de socorro.
Luego sonó la campanilla y D. José fue a abrir. Fortunata creyó que era Encarnación que volvía de la plazuela; pero se equivocaba. No tardó en oír cuchicheos en la puerta. ¿Quién sería? Después sintió pasos y un chillar de botas que la hicieron estremecer, y se quedó muda de terror al ver en la puerta a Maximiliano. Era él; así lo afirmó después de dudarlo un momento.
Palabra del Dia
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