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Actualizado: 5 de julio de 2025
Había bruma en el golfo, el sol no era mas que un redondel rojo que podía mirarse de frente, lo mismo que en los países septentrionales; las montañas tenían un vestido de plomo; las nubes ocultaban el cono del volcán; el mar parecía de estaño, y un viento frío hinchaba, como velas, faldas y gabanes, haciendo correr á las gentes por el paseo de la ribera.
El silencio más absoluto reinó un momento, y después una misteriosa voz lanzó desde el camino este consejo: Prueba en casa de Magdalena. Al dar el vehículo una brusca vuelta, alcanzamos a vislumbrar los caballos delanteros, y luego un jinete que se desvanecía en la bruma. Indudablemente, emprendíamos el camino de la casa de Magdalena. ¿Quién era y dónde estaba Magdalena?
Despertaba Bilbao. Silbaban las locomotoras anunciando los primeros trenes para Portugalete y Las Arenas, y pasaban corriendo por el Arenal, con la comida envuelta en un pañuelo, los obreros que tenían su trabajo en las orillas de la ría. El Nervión mostrábase entre la bruma de su profundo cauce, con una brillantez azulada de acero.
Miro la onda agitada, Que corona leve espuma Y entre misteriosa bruma Melancólica gemir; Y en la playa solitaria Estenderse blandamente, Y bajo otra ola rugiente Desfallecida morir. Miro del árbol sombrío Como se ajita el ramaje, Mientras el verde follaje A compas se oye vibrar. Como si un aéreo coro En él tuviese su nido, Para recrear el oido Con misterioso cantar.
De repente se oye un crujido... ¿Qué es eso? ¿Qué pasa?... El timón se ha ido dice un marinero calado de agua, el cual cruza corriendo el entrepuente. ¡Buen viaje! grita ese loco de sargento; pero esto ya no hace excitar la risa. Gran barullo sobre el puente. La bruma impide verse. Los marineros van de un lado para el otro horrorizados, a tientas... ¡Ya no hay timón!
Al comenzar la tarde, la bruma se apoderó del mar, y fuimos navegando a ciegas. El hambre, la sed y el cansancio nos impulsó a acercarnos a tierra. Hacía más de veinticuatro horas que llevábamos sin comer; teníamos las manos ensangrentadas. Aterramos en una playa desierta, próxima a un pueblecito que tenía su puerto.
De Bacon depende la isla de Batan, en la que se han gastado grandes caudales por una empresa particular, en la explotación de unas minas de carbón de piedra que hubo que abandonar por no tener el mineral la densidad debida. En la travesía de Bacon á Manito, nos llamó la atención una columna de humo que perezosamente y cual si fuera una compacta bruma se elevaba en la costa.
Entonces el horizonte se alarga bajo la bruma rojiza, el cielo azul del crepúsculo va palideciendo y sus colores de rosa se tornan grises; los promontorios lejanos, dorados por el último resplandor del sol, desaparecen en la niebla, y Frayburu se yergue en la soledad de su desolación más misterioso y más sombrío, en su continuo reto lanzado al cielo obscuro y al mar hipócrita que intenta conquistarlo.
El viento se moderó por la mañana a la salida del sol, y cuando el cielo comenzó a limpiarse y a desvanecerse la bruma, nos encontramos a la vista de la costa de Irlanda, costa formada allí por acantilados de roca viva. El mar, agitado, se fue calmando hasta quedar inmóvil, y el viento cesó por completo. Nos faltaba el agua, y se decidió que nos acercáramos a la costa.
Resonaba un lejano estrépito, como si dos flotas enemigas se estuviesen cañoneando detrás de la cortina de bruma del horizonte, aproximándose con ésta. Las láminas de agua mansa, tersas como cristales entre los escollos y la costa, empezaron a temblar con las ondulaciones excéntricas de las gotas de lluvia. A pesar de esto, el solitario no se movió.
Palabra del Dia
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