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Actualizado: 23 de junio de 2025
Su vida, sin embargo, a pesar de soplarle la fortuna, en nada había cambiado: acostábase al lado de su tonel, en un mal bodegón, y renovaba la paja de su lecho sólo dos veces al mes. Su traje de pana estaba más remendado que el vestido de un arlequín. La verdad es que en vestir habría gastado bien poco, a no ser por los malditos zapatos que consumían cada mes un kilogramo de clavos.
Con asombro había visto todo lo que había sucedido desde que en el bodegón entró la hermosa indiana, la no menos hermosa Margarita, y con un mayor asombro oyó aquellas palabras; y como con la cólera se le hubiese descompuesto el manto a doña Guiomar, y dejádola al descubierto la incomparable cabeza con aquella su dorada corona de riquísimos cabellos, al ver tanta beldad, y el rubor que por hallarse allí, y hasta tal punto haber llegado, la encendía el purísimo semblante, aficionose a ella, y túvola por buena, y a más por gran señora, que no mostraba menos por su continente y su atavío doña Guiomar, y levantándose a ella fuese, y asiéndola una mano, con voz desfallecida por la enfermedad y por el sentimiento, la dijo: Amparada he sido, y tan generosa y noblemente como pudiera serlo, por este caballero con el cual me habéis hallado; y pues también le conocéis, señora, como se muestra por lo que con él hablado habéis, sin duda habéis también conocido cuánta debe haber sido y ser la desventura en que me ha encontrado; y porque acepto el amparo que me ofrecéis y porque sepáis mis desdichas, a vos me acojo y a vuestra casa os sigo.
Le ordenamos a nuestro conductor que se volviera a esperarnos en la pequeña posada, o bodegón, que había junto al camino y por delante del cual acabábamos de pasar; y para evitar que nos observara de lejos, porque sabíamos que trataría de espiar furtivamente nuestros movimientos, nos vimos obligados, en vista de no haber una senda, a dar una vuelta por el centro de un bosquecillo, saliendo de nuevo a la orilla del río un poco más arriba.
Encubría su negro odio a Margarita doña Guiomar, y consolábala y acariciábala, como si hubiera creído que sólo por la muerte de su madre era el dolor y la congoja, cuyas muestras no podía ocultar Margarita. En tanto, Cervantes encaminábase al próximo bodegón de la tía Zarandaja.
Encontró Cervantes a la ilustre tía Zarandaja apercibiéndose a cerrar su bodegón, que según las ordenanzas, estos tales a la oración se cerraban. Dio entrada con mil amores la vieja al gallardo soldado, y cerrando la puerta, díjole: Ya me temía que no vinierais, y sentíalo, porque en verdad, que muchas y muy importantes cosas que decir a vuestra merced tengo.
Un muchacho asturiano, que fué a quien le hicieron la pregunta, respondió que el oficio era descansado y de que no se pagaba alcabala, y que algunos días salía con cinco y con seis reales de ganancia, con que comía y bebía, y triunfaba como cuerpo de rey, libre de buscar amo a quien dar fianzas y seguro de comer a la hora que quisiese, pues a todas lo hallaba en el más mínimo bodegón de toda la ciudad.
Esto, amén de que buena respuesta tenía en el capítulo XI del mismo libro I de El Buscón, donde un verdugo, un animero, un mulato y otros sujetos de esta laya comen, entre todos, después de algunas cosas de bodegón, «cinco pasteles de a cuatro. ¿Habían de gastar veinte reales en el postrecillo...?»
Pagaba además con rumbo generoso a los cuarenta o cincuenta ganapanes que habían llevado en hombros las andas, y en las andas la mesa, con Cristo, Apóstoles y cuanto Dios crió; empresa titánica, de la cual no pocos quedaban derrengados y con feroces ampollas, a pesar de las almohadillas. Aquella noche echaba D. Acisclo el bodegón por la ventana.
Alegrose de esto, en que no pudo menos de reparar, Cervantes; que él creía, y no sin razón, que por más que doña Guiomar hubiese dado muestras, enviando primero a Florela en busca suya, y lanzándose después, sin algún miramiento, en un lugar tan indigno de ella como el bodegón de la tía Zarandaja, del encendido amor que le tenía, que este amor era de dificilísimo logro; que podía ser muy bien que, estando aun en los principios de aquel amor, por grande que él fuese, de los principios no pasase; antes bien, con la reflexión se amenguase y desapareciese; sobre todo, que cuando en mucho se aprecia una cosa, viene a parecer imposible, y tanto cuanto más imposible se la cree, tanto más empeño en ella se pone, y tanto más se estima aquello que puede ayudarnos al logro de la victoria; y que los celos de una parte, y la vanidad femenil de otra, son los mejores amigos de un enamorado para ayudarle a vencer su hermoso y anhelado imposible, sábelo todo el mundo; y sabíalo mejor que otros Cervantes, que en esto de conocer las cosas del mundo era graduado in utroque, como lo muestra claramente la gran perspicacia que acerca de la vida y de sus sentimientos ha patentizado en sus inmortales escritos: por lo mismo, y para estimular más los ansiosos celos de doña Guiomar, miró tiernamente, y como con codicia, a Margarita, puesto que por ella no sintiese otra cosa que una caritativa voluntad y una afición honesta, que podía muy bien compararse con el amor de un hermano; que muy reciente estaba la herida que en su pecho habían abierto las grandes perfecciones de la hermosa indiana, y harto encendido el volcán de sus amorosas ansias por ella, para que otra mujer, siquiera fuese un trasunto de belleza, pudiese curarla ni apagarle.
Una tarde fueron a comer a un bodegón de Triana, porque decía Juanito que era preciso conocer todo de cerca y codearse con aquel originalísimo pueblo, artista nato, poeta que parece pintar lo que habla, y que recibió del Cielo el don de una filosofía muy socorrida, que consiste en tomar todas las cosas por el lado humorístico, y así la vida, una vez convertida en broma, se hace más llevadera.
Palabra del Dia
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