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Actualizado: 19 de junio de 2025


Alegrose de esto, en que no pudo menos de reparar, Cervantes; que él creía, y no sin razón, que por más que doña Guiomar hubiese dado muestras, enviando primero a Florela en busca suya, y lanzándose después, sin algún miramiento, en un lugar tan indigno de ella como el bodegón de la tía Zarandaja, del encendido amor que le tenía, que este amor era de dificilísimo logro; que podía ser muy bien que, estando aun en los principios de aquel amor, por grande que él fuese, de los principios no pasase; antes bien, con la reflexión se amenguase y desapareciese; sobre todo, que cuando en mucho se aprecia una cosa, viene a parecer imposible, y tanto cuanto más imposible se la cree, tanto más empeño en ella se pone, y tanto más se estima aquello que puede ayudarnos al logro de la victoria; y que los celos de una parte, y la vanidad femenil de otra, son los mejores amigos de un enamorado para ayudarle a vencer su hermoso y anhelado imposible, sábelo todo el mundo; y sabíalo mejor que otros Cervantes, que en esto de conocer las cosas del mundo era graduado in utroque, como lo muestra claramente la gran perspicacia que acerca de la vida y de sus sentimientos ha patentizado en sus inmortales escritos: por lo mismo, y para estimular más los ansiosos celos de doña Guiomar, miró tiernamente, y como con codicia, a Margarita, puesto que por ella no sintiese otra cosa que una caritativa voluntad y una afición honesta, que podía muy bien compararse con el amor de un hermano; que muy reciente estaba la herida que en su pecho habían abierto las grandes perfecciones de la hermosa indiana, y harto encendido el volcán de sus amorosas ansias por ella, para que otra mujer, siquiera fuese un trasunto de belleza, pudiese curarla ni apagarle.

Lo antiestético del goce de amor, patentizado por el arte y descrito con circunstancias menudas, se ve hasta en los poemas más primitivos. Sube Juno á la cumbre del Gárgaro, adornada con el cinto de Venus, que la hace irresistible: «... allí el deseo, allí la dulce persuasión estaba, que á los más cuerdos la prudencia roba

Callose don Francisco de Rivalta, que bien pudiera haber patentizado la verdad; pero como la honra, de mi madre quedaba a salvo, y venganza quería tomar por su mano de don Baltasar de Peralta, guardó el secreto.

Palabra del Dia

irrascible

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