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Decían sus primas por lo bajo que era muy orgullosa, y su padre el decimocuarto de los Porreños, aseguraba que no había príncipe ni duque que fuera digno de aquella flor. Estuvo arreglado su casamiento con un joven de la ilustre casa de Gaytán de Ayala; pero aconteció que el tal no gustó de Juno, y la boda fué un sueño.

Quién aseguraba que era una duquesa perseguida por su marido; quién la tenía por una cualquiera de esas calles de Dios; y alguna, que la conocía verdaderamente, refería parte de su vida y milagros, añadiendo maliciosas invenciones.

Le empujó hacia la escalera, poniéndose un dedo en los labios en señal de silencio y prudencia, y Andrés subió en calcetines y en mangas de camisa, como le había sorprendido durmiendo aquella tentación monstruosa.... Al ver el mozo cómo la puerta cerrada le aseguraba la presa, se rehizo sobre sus piernas, no muy fuertes, y avanzó de nuevo hacia Carmen con los brazos extendidos.

Lo aseguraba él, que era persona competente en tal materia, por ser poeta y no inédito, pues sus triunfos había alcanzado en la Juventud Católica. Además, él no era ningún niño; dentro de cuatro años sería abogado, y después, ¿quién sabe...? Su imaginación veía confusamente en lontananza ese algo que acarician todos los aprendices de legistas.

Don Álvaro en el seno de la confianza hablaba con desprecio de Visitación y hacía gestos mal disimulados de asco. Aseguraba que tenía un pie bonito y una pantorrilla mucho mejor de lo que podría esperarse; pero calzaba mal... y enaguas y medias dejaban mucho que desear... ya se le entendía. Y solía limpiar los labios con el pañuelo después de decir esto.

Esperaban tomar algún dinero, ya sea de los jornales de sus hijos, pues se aseguraba que admitían en la mina hasta los niños de diez años, ya de la venta de las frutas, huevos, manteca, etc. Pero las mujeres aparecían unánimemente adversas á la reforma. Su espíritu más conservador les hacía repugnar un cambio brusco.

»Bien es verdad que quiero confesar ahora que, puesto que yo veía con cuán justas causas don Fernando a Luscinda alababa, me pesaba de oír aquellas alabanzas de su boca, y comencé a temer y a recelarme dél, porque no se pasaba momento donde no quisiese que tratásemos de Luscinda, y él movía la plática, aunque la trujese por los cabellos; cosa que despertaba en un no qué de celos, no porque yo temiese revés alguno de la bondad y de la fe de Luscinda, pero, con todo eso, me hacía temer mi suerte lo mesmo que ella me aseguraba.

Gran satisfacción fue para don Víctor Quintanar, que volvía del Casino, encontrar a su mujer conversando alegremente con el simpático y caballeroso don Álvaro, a quien él iba cobrando una afición que, según frase suya, «no solía prodigar». Estoy por decir aseguraba que después de Frígilis, Ripamilán y Vegallana, ya es don Álvaro el vecino a quien más aprecio.

Una moneda arrojada al aire indicó que Fabrice debía tirar el primero; rompió, pues, sus fuegos y alojó sus dos primeras balas en el interior del segundo círculo; Pierrepont, más inhábil esta vez, o menos dichoso, perdió una de sus balas en la plancha, la otra tocó el cartón. Este primer pase aseguraba, por consecuencia, cuatro puntos a Jacques y uno solo a Pierrepont.

Mi padre clasificaba a todas las personas que veía según ciertos rasgos de la fisonomía, y aseguraba: «ése es noble», «ése es vil», e inmediatamente se dedicaba a imaginar la biografía del desconocido, con los conflictos dramáticos que le habían sucedido o que le habían de suceder.