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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Una panoplia antigua completa, otras dos modernas muy brillantes y bordadas; escopetas, pistolas y trabucos de todas épocas y tamaños llenaban las paredes y los rincones. En arcas y armarios guardaba don Víctor con el cariño de un coleccionador los trajes de aficionado que había lucido en mejores tiempos.
Si se entusiasmaba hablando de sus marchitos laureles, abría las arcas, abría los armarios, y seda, galones y plumas, abalorios y cintajos en mezcla de colores chillones saltaban a la alfombra, y en aquel mar de recuerdos de trapo perdía la cabeza Quintanar.
En cada ventana había acumulado la Marquesa flores en tiestos, jardineras, jarrones japoneses, más o menos auténticos y contrastaban los colores vivos y metálicos de esta exposición de flores con los severos tonos del nogal mate que asombraban el artesonado del techo y se mostraban en molduras y tableros de los grandes armarios corridos, de cristales, que rodeaban el comedor en todo el espacio que dejaban libres los huecos y un gran sofá arrimado a un testero.
Sí, señora; desde niño. He logrado reunir una cantidad de especies bastante respetable. Las tengo muy lindas y curiosas. Mire usted. Clementina se acercó a uno de los armarios. Raimundo se apresuró a abrirlo y le puso en la mano un cartón donde estaban fijadas algunas lindísimas de vivos y brillantes colores.
Estaba formado por aquellas encantadoras maderas estilo Luis XVI, cubiertas de terciopelo de Utrecht, camas, armarios y cómodas de caoba, adornadas con cobre dorado. Los tapices eran antiguas telas de Jouy, de colores amortiguados por el tiempo. El polvo del abandono cubría los muebles.
En el centro del copete del más grande de los armarios, había una chapa de metal bruñido, con dos nombres grabados sobre una fecha. Señalando a los nombres, dijo Leto: Este es el blasón de nobleza del balandro: Mr. Watson y Mr.
Mientras que la señora de Raynal, muy atareada, subía de la cueva al desván, visitaba el jardinillo y la casa, tan modestos el uno como la otra, empujando los muebles, revolviendo los armarios, vaciando los baúles, registrando los paquetes, lamentándose por la pérdida presumida de algún chisme heteróclito, más sentido cuanto menos valía; mientras aturdía a la zafia criada que abría unos ojos y unas orejas tamaños ante aquel desembalaje de objetos desconocidos y de nombres raros, como samowar, checchia, etcétera.
Ricardo siguió a la niña como un cordero hasta una habitación clara y llena de armarios que daba a la huerta. En el centro de ella y sobre una mesa se hallaba una gran cesta atestada de ropa recién lavada. ¿Quieres ayudarme a bajar esta cesta y ponerla aquí cerca del armario? ¡Pues no faltaba más! La cesta era enorme y costó trabajo llevarla al sitio designado.
Felizmente, mi tía acaba de darme una buena noticia; nos vamos después del día de Todos los Santos, es decir el martes. ¡Ya era tiempo! Se me figuraba ser uno de esos vestidos apolillados que se olvidan en los armarios. Me gustan tus comparaciones dijo María Teresa mirando humear sus botines húmedos ante el fuego de la chimenea; no son vulgares.
El gabinete, también de gran tamaño, con un balcón a la calle de Santa Lucía y dos al jardín, estaba peor decorado aún. Grandes cortinones de damasco, dos armarios de roble sin espejo, un sofá forrado de seda, algunos sillones de vaqueta, una mesa redonda en el centro y algunas sillas correspondientes al sofá; todo bien manoseado y marchito.
Palabra del Dia
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