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Actualizado: 28 de octubre de 2025
Luego que se hubo arreglado, pasamos al comedor, situado en la planta baja, con dos puertas vidrieras al patio. Era una pieza grande, un poco destartalada, donde había dos armarios de roble tallado antiguos, espejo grande de marco negro, una mesa elástica de estilo moderno y sillas de rejilla.
Vamos ahora a ver el cuarto de la plancha. Y salieron de la sala, y salvando un corredor y dando una vuelta, entraron en otro cuarto lleno de armarios y otros trastos. No se asuste usted por la distancia. Este cuarto está pegado a la sala. No hay más que abrir una puerta de comunicación. Gonzalo se inclinó hacia su novia y le dijo por lo bajo: ¿Por qué no me tratará mamá de tú, como tu papá?
Le traían del extranjero docenas de docenas de camisas, que muchas veces amarilleaban olvidadas, sin estrenar, en el fondo de los armarios. Los libreros de París enviábanle enormes paquetes de volúmenes recién publicados, y en vista de sus continuas demandas, escribían en la dirección una línea que don Horacio mostraba con burlona complacencia: «Mercader de libros.»
Yo admiraba la audacia y el patriotismo de esos hombres eminentes, regeneradores de España; pero al ver los armarios repletos de códigos, constituciones y tratados, me decia con tristeza: «¡Cuánta letra muerta!» Entretanto pasaba por la calle un batallon, y el ruido de las cornetas penetró hasta la biblioteca del Congreso, «Esa es la verdadera ley; me dije entónces, esa voz gobierna á los pueblos con mas poder que la de sus pretendidos representantes....
Además, podía poseer igualmente el estudio notarial, oficina polvorienta, de muebles vetustos y grandes armarios con puertas alambradas y cortinillas verdes, tras de las cuales dormían los volúmenes del protocolo envueltos en becerro amarillento, con iniciales y números en los lomos. Don Esteban sabía bien lo que representaba su estudio.
Quería aclarar el enigma de la vida de mi tío, de quien se contaban tantas historias, y que me volvía otra vez a preocupar. Registrando los armarios, encontré un daguerrotipo en cristal, hecho en París. Pregunté a mi madre si conocía al retratado, y me dijo que era su hermano Juan, pero tan raro, que casi no le conocía. Nunca había visto aquel retrato.
El cielo gris derramaba violentas lluvias, acompañadas algunas veces de copos de nieve. La gente, vestida ya con trajes ligeros, abría armarios y cofres para sacar capas y gabanes. La lluvia ennegrecía y deformaba los blancos sombreros primaverales. Hacía dos semanas que no se daban funciones en la Plaza de Toros.
Toledo hubiera querido hacer lo mismo, pero tenía que cumplir antes sagrados deberes de su ministerio, y vagó por diversas habitaciones, registrando muebles, subiéndose en las sillas para huronear en lo más alto de los armarios. Buscaba una caja de pistolas de desafío que le había regalado en Rusia uno de los generales amigos del difunto marqués.
Lo cual demuestra que debe de existir cierta misteriosa afinidad entre el misticismo y la confitería. Esta se hallaba representada en la tienda de la Morana por dos armarios de pino pintado de azul con puertas de cristales, situados a entrambos lados del mostrador.
Si la dolencia le obligaba a guardar cama, daba órdenes al criado para que no recibiese ni a su hijo. Febrer pasaba las horas sentado a los pies de su abuelo, escuchando sus relatos e intimidado por la enorme cantidad de libros que desbordaba de los armarios, extendiéndose por sillas y mesas.
Palabra del Dia
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