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Actualizado: 28 de octubre de 2025
Entré en el cuarto en que mi padre había muerto; todo estaba en desorden: la cama en el medio, sin colchones, como un esqueleto de hierro; los armarios vacíos.
¡Un frac nuevo! ¡Una levita poco usada! ¿No ha de valer esto más de 16 pesos que necesito? Mire usted, aquellos cofres, aquellos armarios, están llenos de ropas de otros como usted; nadie parece a sacarlas y nadie da por ellas el valor que se prestó. Mi ropa vale más de cincuenta pesos: te juro que antes de ocho días vuelvo por ella.
La colcha de damasco sube y baja con un compás monótono que incita á dormir. La atmósfera, cada vez más encendida y sofocante, empieza á verse surcada por algunos insectos alados que zumban con tonos agudos y mareantes. El reloj hace coro, cual otro insecto, con levísimo tic tac, al zumbido de sus compañeros. Una que otra vez se oye el chasquido de las maderas de la cama ó de los armarios.
Era éste un cuarto fantástico, grande, con el techo artesonado, abierto en muchas partes; tenía varios armarios llenos de libros humedecidos, y sobre los armarios cuadros negros, agujereados y desgarrados. Se veían en este cuarto una porción de trofeos de caza, que sin duda al actual poseedor del castillo no le agradaban.
¡Ya quisiera yo parecerme a ella!... Era alta y yo soy chiquita. ¿Qué importa eso?... Te pareces y mucho... Y es natural, después de todo, porque se parece a tu padre y tú eres Elorza de los pies a la cabeza. ¡Qué grandes armarios de libros tiene don Mariano!... Hay aquí para entretenerse un rato... Pues María se ha leído la mayor parte. ¿Y tú?
Los colosales armarios, la mesa, los sillones, los cuadros y las figuras circunspectas de los tapices posaban sobre ella una mirada silenciosa y benévola, en la cual sentía agitarse la gran sombra protectora de su padre. Ricardo quedó parado ante un retrato. ¿Esta es tu tía, eh?... ¡Cómo te pareces a ella!... Lástima fue que se hubiese muerto tan joven... Era una mujer muy simpática.
Esta chimenea es de piedra blanca y está medio destrozada a fuerza de martillazos, al igual que los adornos flordelisados de los armarios. En la superficie de uno de ellos había grabadas las armas del rey, y por esta razón está vuelto al revés.
Particularmente las damas, no acababan de asombrarse de que se gastasen tales tocados y vestidos, como si no pudiera ponerse un pero a los que ellas llevaban. Había, además, un comedor espacioso, con grandes armarios de caoba, bien provistos de vajilla. En el piso alto nos llamó la atención un gabinete muy lindo, en cuyos balcones habían puesto por capricho cristales de todos colores.
¡Cómo está esto! ¿No es verdad que entristece...? Y menos mal para ti, que no has conocido los buenos tiempos, cuando desde el amanecer reinaba aquí un estrépito de dos mil demonios, y abajo, tu abuelo y yo sentíamos temblar el techo al empuje de los telares, mientras arreglábamos cuentas o sacábamos de los armarios las ricas piezas para enseñarlas a los compradores.... ¡Ah, qué tiempos aquéllos...!
Eran las habitaciones más frías, pero también las más alegres de la casa. Las pocas veces que el sol se dignaba salir en Nieva, iba derecho a alojarse en ellas; las invadía sin miramientos como un huésped soberano, y se pasaba el día en su interior reflejándose en los espejos, matizando el raso de las sillas, estropeando el charol de los armarios y regalándose, en fin, de mil diversas formas.
Palabra del Dia
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