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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Al terminar el venerable orador se levantó Rafael, pálido, tirando de los puños de la camisa, dejando pasar algunos minutos para que se calmara la agitación de la Cámara, ansiosa de expansionarse, de murmurar después del largo recogimiento a que la había obligado la palabra tenue y concisa del anciano. Si a Rafael le había de animar la benevolencia del auditorio, buen principio tenía.
Pero él estaba en posesión de cierto secreto observó el abogado. ¿De qué índole era el secreto? Desgraciadamente, no tengo la menor idea sobre ello. Nadie lo conoce. Todo lo que sabemos es que su posesión lo sacó de la pobreza y lo enriqueció, y que había una persona, por lo menos, que estaba ansiosa por conseguir poseerlo.
Era preciso á toda costa evitar el crimen que no tardaría en perpetrarse, si no se había perpetrado ya; pero ¿cómo? Quiso pensar en algún medio, mas no pudo. Las ideas le daban vueltas en la cabeza. No acertaba á sacar nada en limpio de su meditación ansiosa. Adivinaba la existencia de algún pensamiento salvador, pero estaba envuelto en tan tupidas gasas que no percibía de él absolutamente nada.
En aquellas raras ocasiones llegaba al día siguiente ansiosa, entraba sin mirarme, tiraba su sombrero con un ademán brusco, para tenderse en seguida, la cabeza echada atrás y los ojos entornados, al sonambulismo de su Jicky.
Tornó ella a sonreir, sacudiendo sobre su frente las crenchas rebeldes del cabello; después, muy ansiosa, volvió a preguntar: Y tú..., ¿quién eres? Otra vez dijo la voz, convencida: El amor. Y el amor fué a buscar, sediento, un beso en los labios preguntones de la muchacha. Pero ella le detuvo con un breve gesto de mujer, lleno de gracia, ordenándole: Espera....
Créame usted: tome usted su onza: yo le doy las gracias y... no hablemos más. ¿Y de qué modo puedo yo hacer para favorecerte? dije volviendo y tomando la onza. Dios me favorecerá; esté usted seguro de ello. Dios y... La muchacha calló, tembló y fijó una mirada ansiosa en el fondo de la calle. Guiado por su mirada, miré y vi otra trapera que se acercaba.
Y reanudó el poético murmullo, mirando la inquieta llanura de plata, sintiendo en un hombro la suave pesadez de Mina, que parecía ansiosa de un apoyo. La cubierta estaba solitaria. Todos los pasajeros permanecían en el salón de fiestas o en el fumadero. De tarde en tarde, risas, gritos y correteos en las puertas y escaleras.
La conciencia le recordaba, entretanto, la absoluta reprobación de la Iglesia contra las artes ocultas y todo linaje de adivinaciones; pero su voluntad, mordida por la tentación y ansiosa de triunfar a todo trance en el mundo, clamaba por el prodigio.
¿Y de quién era? preguntó la viuda con curiosidad ansiosa. De una tal Clarita. Pero ¡qué carta, doña Manuela! ¡Qué cosas tan indecentes había en ella! Parece imposible que hombres honrados y con hijos puedan leer tales porquerías. Y la pobre mujer ruborizábase, mostrando en su cara nacida y lustrosa de monja enclaustrada la misma expresión de vergüenza que si fuese ella la autora de la carta.
Comprendió que no se las había con un alma vulgar, con una mujerzuela frívola, sino con una cristiana de corazón entusiasta como el suyo, tocada del amor divino y ansiosa de perfección.
Palabra del Dia
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