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Actualizado: 14 de mayo de 2025
» ¡Oh si Brunilda fuese tu alma para acompañarte en tus correrías! dice ella, ansiosa de seguirle. » Es siempre por ella que se inflama mi coraje contesta el héroe. » Entonces, ¿serás tú Sigfrido y Brunilda juntos? » Allá dónde yo me halle, los dos estarán presentes. » ¿La roca donde yo te aguardo quedará entonces desierta? » ¡No!
Lo peor es repuso Andrés, echando una mirada ansiosa a todas partes que aquí no hay donde esconderse. ¡Está tan desnudo esto! A la mano de allá, en cuanto se baja un poco, hay un establo... Pues vamos a la carrera, a ver si logramos doblar el monte antes de que nos vean. Corrieron briosamente hasta quedar embazados.
Al cabo de un rato, María volviose hacia su novio, y posando en él una mirada intensa y ansiosa, le dijo con voz que temblaba: Ricardo, ¿me quieres mucho? ¿Cómo me preguntas eso?... ¿No lo sabes bien? Sí, sé que me quieres, me has dado ya pruebas de ello..., pero en el amor, como todo lo que no pasa de este mundo, hay siempre más y menos. Sólo el amor divino es infinito.
Y sin embargo, reconozco que era hermoso y que podía haber hecho la felicidad por unos cuantos meses de una mujer ansiosa de algo extraordinario. Era cuestión de ambiente, de escena... Usted, Gallardo, no sabe lo que es eso. Y doña Sol quedaba pensativa recordando al pobre rajá, siempre tembloroso de frío, con sus vestiduras ridículas, bajo la luz brumosa de Londres.
La propia Dolly estaba dispuesta a guardar silencio durante un tiempo, porque aquellas palabras brotaban de las profundidades de su sencilla creencia y estaba ansiosa por saber si producirían en Silas el efecto deseado. Este estaba confuso e inquieto, porque aquellas palabras de Dolly de que «la niña no había sido bautizada» no tenían sentido claro para él.
Aquí misia Casilda dejó de mirar sus manos, y se puso pálida, muy pálida. Y ¿qué hiciste? preguntó ansiosa; cruzarías la calle, sin mirarlas. Me quedé plantado contestó don Pablo Aquiles. La señora protestó. Siempre había de ser el mismo.
Elena miraba pasar por la ventanilla las estaciones y los pueblos con una emoción que parecía sufrimiento. ¿Llegamos pronto a París? preguntaba ansiosa. Todavía no; yo la advertiré a usted. ¡Ahí está París! exclamó al ver la inmensa extensión de casas y monumentos que surgía en el horizonte. Y se puso muy pálida.
Puede que yo lo sepa sin necesidad de que usted me lo diga. Eso usted verá... Si no quiere ir por casa... Iré. Pues, señá Benina, hasta mañana. Señora Juliana, servidora de usted». Bajó de prisa los gastados escalones, ansiosa de verse pronto en la calle.
Mientras, Ojeda, desde el mirador de proa, contemplaba la muchedumbre aglomerada en las bordas, ansiosa de ver cuanto antes la deseada ciudad. Una mujer, alborotado el pelo y enrojecidos los ojos, gemía a un lado del combés.
Sin embargo, el estado de ansiosa angustia en que se sentía después de su entrevista con la señora Princetot le predisponía a penetrar algo más en esa oscura región del alma en que se esconden y permanecen en profunda quietud nuestros más secretos pensamientos.
Palabra del Dia
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