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Actualizado: 14 de mayo de 2025
El bombero tomó al niño en sus brazos y lanzó una mirada ansiosa a todos lados; las llamas entraban ya por la ventana. Entonces, delante de una muchedumbre que presenciaba la horrible escena con el corazón apretado, algo como una luz divina inundó el alma de aquel hombre, grande en ese instante como la del Cristo en la cruz.
Dorotea miraba de una manera ansiosa, enamorada, dulce, á don Juan; le transmitía su alma entera, y con su alma todos los embriagadores sentimientos de que su alma estaba llena; y como si en aquella mirada le transmitiera también su vida, Dorotea se ponía más pálida, se espiritualizaba más y más, se hacía irresistible. ¿Cuándo os vais? le dijo Dorotea.
Al pronunciar estas palabras se quedó mirándola con una atención ansiosa, húmedos los ojos, haciendo esfuerzos heroicos por no romper a sollozar. Esta revelación produjo en Clementina asombro y duda al mismo tiempo. Permaneció inmóvil y muda mirándole también fijamente.
Y recordando las expediciones río abajo que tantas veces le había relatado Rafael en sus conversaciones de amigo, aquella isleta con sus cortinas de juncos, los sauces inclinándose sobre el agua y el ruiseñor cantando oculto, le preguntaba, ansiosa: ¿Qué noche me llevas?
Quiero que olvide usted, si es su voluntad hacerlo, todo lo que ha pasado exclamó, profundamente ansiosa. Ya que me siguió usted y oyó lo sucedido entre nosotros, quiero que considere que esas palabras no han sido jamás pronunciadas. Quiero que... que... tartamudeó, y luego se calló sin concluir la frase. ¿Qué es lo que desea que haga? le pregunté después de un breve momento de penoso silencio.
Y sin embargo, aquella boca entreabierta y suspirante, aquella mirada vaga y tímida, aquella palidez mate, revelaban que en ella ardía el fuego sagrado; que estaba ansiosa de amor. ¿Pero a quién podía amar Amparo? ¿Dónde el ser que pudiera llenar aquella alma tan entusiasta, tan apasionada por lo bello, que se remontaba en sus aspiraciones al cielo y vivía con pena en la tierra.
Su cara encendida y seca, sus ojos iluminados por esplendor siniestro, su inquietud ansiosa, sus bruscos saltos en el lecho, cual si quisiera huir de algo que le asustaba, eran espectáculo tristísimo que oprimía el corazón.
La dama paseó una mirada intensa y ansiosa por la habitación. Aquí dijo corriendo a un armario embutido en la pared y abriendo el compartimento inferior. Miguel se metió allá de cabeza. Lucía dio la vuelta a la llave. En aquel momento entraba la doncella. ¿Qué hay, Carmen? preguntó con gran calma, dirigiéndose al espejo para arreglar el pelo.
La impresión que sintiera al verla por primera vez había sido tan fuerte, que de pronto no había podido darse cuenta de toda su hermosura. ¿Consistía su mayor seducción acaso en la gracia lánguida y casi vacilante de su cuerpo alto y delgado, o en la pureza de las líneas del gracioso rostro, de la frente tersa como si fuera obra de un escultor, coronada por copiosos cabellos negros que le descendían en dos bandas por las sienes y la daban un parecido con la Virgen, o en la dolorosa dulzura de la mirada, en la expresión profunda de una alma ansiosa?
Doña Luz recibió con veneración el manuscrito del Padre, y no bien D. Acisclo la dejó sola, le abrió con ansiosa curiosidad y se puso a leerle. En su impaciencia hojeaba y recorría todas las páginas, devorando al vuelo su contenido, procurando comprender el conjunto, y dejando para después el leerlo todo con detenimiento. A poco de hojear, dio doña Luz con las hojas sueltas.
Palabra del Dia
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