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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Terminado el primer capítulo, conocidas las «Tribulaciones de un marido en Francia», pasó inmediatamente el maestro a leer con ansiosa rapidez el «capítulo segundo y último». Digno «pendant» del otro, titulábase... «Tribulaciones de un padre en la Argentina»...

Una sanluqueña rubia, doradita como una doblilla, con unos ojos negros, grandes, de macarena, que hay que comérselos. ¿He dicho algo, compare? Y sin más preámbulos, me confió prolijamente sus secretos amorosos con la emoción ansiosa de un adolescente.

Hombres, mujeres y chiquillos nos seguían con mirada ansiosa, lanzando gritos de satisfacción al ver como nuestra barca, haciendo un último esfuerzo, se adelantaba cada vez más á su perseguidor, llevándole una media hora de ventaja. Hasta el alcalde estaba aquí para servir en lo que fuera bueno.

Era el primer día en que aquella mujer, para dar gusto á su hijo, comenzó á deletrear con el alma el idioma de la Naturaleza; y de improviso habíale dirigido aquel idioma palabras tan misteriosamente conmovedoras que penetraron al fondo de su corazón. Declinaba la tarde: el ave marina rezagada aguzaba sus remos, ansiosa de llegar á tierra y á su nido.

Parecía imposible que a la larga no tuviera sor Ana noticia de la ansiosa expectación con que se esperaba esa carta, y no comprendiera su deber de entregarla a la justicia. Mientras tanto, Ferpierre no podía ocuparse más que en el drama de Ouchy y de sus autores.

Al día siguiente de aquel en que Delaberge había ayudado a la señora Liénard al arreglo de sus jarrones, Simón Princetot, terminado el almuerzo, atravesó la cocina del Sol de Oro y se dirigió hacia la escalera que conducía a la habitación roja. Había ya puesto el pie sobre el primer escalón cuando la señora Miguelina que le seguía con mirada ansiosa, le preguntó: ¿Dónde vas?

Júrame que no me abandonarás. Que me querrás siempre... que no me desprecias porque soy débil contigo... porque te quiero. Isidro lo juraba todo sin hablar; lo juraba con sus manos inquietas, con sus labios acariciadores, con el viril estrujón que hacía caer vencida y esclava en entre sus brazos a aquella alma simple y primitiva, ansiosa de ideal.

En otras ocasiones, ansiosa de descargar más aún su conciencia, de declinar toda responsabilidad, aunque por los raciocinios anteriores se había demostrado a propia que no tenía nada de disgustoso de que salir responsable, doña Luz iba esfumando en su memoria todos los favores que había hecho al Padre; iba quitando todo valer y significación a las muestras de afecto que le había dado; y lo iba reduciendo todo a las mezquinas proporciones de una amistad fría y severa, como la que puede y debe mediar entre un discípulo y un maestro, ahuyentando de o borrando cualquier enojoso recuerdo, falso en su sentir, hasta de la menor coquetería inconsciente, por parte de ella.

No qué hay en aquellos ojos, en aquella mirada, en aquella terrible confesion de sus dolores, en aquel llanto mudo de su conciencia, no qué hay allí; pero lo cierto es que yo no puedo resistir aquella mirada indecisa y ansiosa.

La joven señala con el dedo un rótulo colocado arriba de la puerta y pregunta en voz baja y ansiosa: ¿Qué significa eso? En el rótulo se lee, en gruesas letras de oro, estas tres palabras: ¡Piensa en Fritz! Juan no contesta. Se deja caer en una silla, oculta el rostro entre las manos y llora amargamente. Gertrudis tiembla de pies a cabeza.

Palabra del Dia

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