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Actualizado: 12 de mayo de 2025


A un grito de Tom Sickles fustigó Jacobo los caballos bárbaramente, azuzólos Fritz dando voces y el coche arrancó al fin crujiendo, bamboleándose un momento hacia el precipicio, dando, al entrar en la carretera, un vaivén violentísimo, que despidió al hombre dormido desde lo alto de su banqueta en mitad del camino, donde cayó inerte y pesado cual una piedra de diez arrobas, mientras el coche desaparecía entre una gran polvareda por el declive de la cuesta y seguía corriendo hasta llegar frente de Oiquina, donde pudo al fin Jacobo detener el tiro a la sombra de unas higueras, cubierto de polvo, sudoroso, jadeante... Ya era tiempo: el roble, descuajado por completo, cayó a lo largo del violento repecho del camino, quedando suspendido sobre el precipicio por algunas raíces.

En el mismo instante, Martín, saltando fuera del molino, con las venas de la frente hinchadas y los puños apretados, cogió a su hermano por la garganta y se la apretó con tanta fuerza que la criatura se puso lívida. La madre, acudió entonces lanzando un horrible grito: ¡Acuérdate de Fritz! exclamó alzando las manos con un ademán de loca angustia.

Su cara de remolacha aparecía, en efecto, en lo alto del pescante, zambullida en enorme cuello de pieles, y su cabeza cuadrada quedó al descubierto cuando, saltando Fritz del asiento como empujado por un resorte, abrió la portezuela, tieso, acompasado y expedito, como verdadero lacayo elegante y correcto.

En los asientos del centro, entre varias fiambreras, cajas y piezas de una pequeña tienda de campaña desarmada, iban Kate, la doncella inglesa de la condesa de Albornoz; Fritz, su lacayo prusiano, y Tom Sickles, su famoso cochero, que sin perder su flema inglesa miraba de cuando en cuando con inquietud las evoluciones no del todo diestras que imprimía al fogoso tiro la débil manecita de su ilustre dueña.

Echáronse todos encima con grande furia y él comenzó a soltar a diestro y siniestro enormes desvergüenzas, mientras Currita, con altivez de reina ofendida, llamaba a Fritz el lacayo y dábale orden de ir al punto a Loyola para anunciar al superior que la señora condesa de Albornoz iría de dos y media a tres a visitar la casa y el Santuario.

El sol concluía su carrera, y no se descubría el menor aviso de habitación humana en ningún punto del horizonte; no se veía más, sino la dehesa sin fin, desierto verde y uniforme como el océano. Fritz Stein, a quien sin duda han reconocido ya nuestros lectores, conoció demasiado tarde que su impaciencia le había inducido a contar con más fuerzas que las que tenía.

Los dolores de sus huesos vinieron a revelárselo, y agarrándose a Fritz, trató de levantarse, murmurando: ¡Polaina!... Si parece que me han dado una paliza... Comenzó a andar, sin embargo, sin sentir grave molestia, con el sombrero en la mano, cubierto de polvo, arrastrando por detrás el waterproof, que llevaba terciado al hombro izquierdo.

La joven señala con el dedo un rótulo colocado arriba de la puerta y pregunta en voz baja y ansiosa: ¿Qué significa eso? En el rótulo se lee, en gruesas letras de oro, estas tres palabras: ¡Piensa en Fritz! Juan no contesta. Se deja caer en una silla, oculta el rostro entre las manos y llora amargamente. Gertrudis tiembla de pies a cabeza.

A semejanza del antiguo Dios germánico, que era un caudillo militar, el Dios del Evangelio se veía adornado por los alemanes con lanza y escudo. El cristianismo en Berlín lleva casco y botas de montar. Dios se ve movilizado en estos momentos, lo mismo que Otto, Fritz y Franz, para que castigue á los enemigos del pueblo escogido.

Mientras Fritz había vivido, Martín se había ocupado muy poco de Juan; parecía casi que consideraba entonces un crimen dar a otro la más pequeña parte de su corazón. Pero cuando la muerte arrebató al desgraciado, una necesidad irresistible lo inclinó hacia el más pequeño.

Palabra del Dia

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