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Actualizado: 27 de junio de 2025


La plática, iniciada con una frase lisonjera en elogio de su diligencia, se iba enredando poco a poco, sin saber cómo, y más de una vez la tía Pepilla vino a interrumpir nuestra charla. ¡Dulces instantes aquellos! Angelina, de pie cerca del pretil, envuelta en el rebozo, caídos los brazos con placentera indolencia, entre las manos la escoba perezosa.

Hoy de un gran porvenir marcas la vía; tus auras son palabras vibradoras y tu corona el pensamiento humano. Española, con larga residencia en Filipinas. Vive en Cebú, islas Bisayas. Juntó los materiales para Siemprevivas, la obra poética póstuma de Angelina, publicando al frente de aquélla la siguiente composición A la memoria de su hija, de factura muy clásica.

Antier a las seis de la mañana pasaron por aquí las Castro Pérez: iban a caballo, con sombreros jaranos. ¡Buena visita! ¡Pobre de Angelina que habrá tenido que lidiar con ellas! «A la una, cuando volvía yo de misa, me encontré a don Carlos. Iba con Gabrielita. ¡De veras que la muchacha es hermosa! Me dijeron que el día cinco vendrás a la fiesta. Nosotras estamos contando las horas.

Primero: que si un día me olvidas, procures guardar en lo más hondo de tu corazón; allí donde no haya nada de otra mujer, un poquito de cariño para , un poquito nada más... para que cuando padezcas y llores puedas decir pensando en : «¡Angelina, consuélame!» ¿Y qué otra cosa? Otra... me respondió, sonriendo con inmensa tristeza: Esto....

¡Ay, Angelina! exclamé poniéndome en pie. ¡Es preciso que esto tenga término!... La joven comprendió al punto lo que iba yo a decirle, y se puso trémula, asustada, roja como una amapola. Me acerqué de puntillas, y apoyado en el respaldar del sillón, me incliné, y en voz baja le dije al oído: Angelina: ¡la amo a usted! ¡Me muero de amor!...

Tratábala yo como a una hermana predilecta, y procuraba inspirarle confianza; pero ella se mostraba siempre, reservada y asustadiza. Sin embargo, no tardé en comprender que aquel airecillo gazmoño que tanto me chocó en Angelina el primer día, no era más que timidez de bondad, muy en harmonía con su carácter y su belleza, muy natural en quien había tenido tanto que llorar.

Leopardi y Bécquer son los cultos de la adolescencia sentimental de Rafael Delgado. En 1881, a los veintiocho años, leía estudios sobre ambos poetas desamparados, en la «Sociedad Sánchez Oropeza» de Orizaba. El protagonista de Angelina confiesa que sabe de memoria versos de Justo Sierra y prosas de Altamirano. Pero también conoce algunas quejas de esa generación mexicana de grandes clásicos.

De hoy más, ¡te lo juro por la memoria de mis padres! viviré para ti, sólo para . ¿Qué haré si me faltas , si me niegas tu cariño? ¿Qué haré abatido y postrado por el dolor si no tengo el consuelo de tus palabras? Eres buena, muy buena, eres un ángel.... Yo quiero ser bueno como . Sálvame, Angelina.

Pero, tía: decíale yo recuerde usted que a mi llegada, hablando de Angelina, me dijo usted: «yo te diré».... ¡Para qué! contestaba. Es una historia muy triste.... No me causaba extrañeza la singular discreción de mis tías. Así fueron siempre todos los de la familia. De ciertas cosas no se hablaba en mi casa. Esta reserva les fué perjudicial en ciertas ocasiones.

Durante ellos, no se ocupó de clientes ni de nada: no tenía más preocupación que Angelina, y ella, según se lo había manifestado, en momentos en que la ternura llevaba a tocarse sus cabezas, no tenía tampoco más preocupación que el doctor.

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