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Actualizado: 29 de mayo de 2025


El que quisiera estar bien con ella y gozar de su amistad, tuviese mucho cuidado de que las dos naturalezas no se confundieran nunca. Un simple pagaré, extendido y firmado de la manera más cordial del mundo, bastaba a convertir la amiga en basilisco, la mujer cristiana en inquisidora.

La señorita María Teresa defiende admirablemente a sus amigos observó Platel; esto provoca el deseo de aumentar el número de ellos. María Teresa tendió, sonriéndose, la mano al joven. Usted figura en el número, Platel; en efecto, creo ser una buena amiga; pero en este momento soy simplemente justa. Por lo demás, usted va a conocer a Juan; llega esta noche y pasará algunos días con nosotros.

Porque así hay menos probabilidades de engañarse, pobre amiga mía... Además, según es el hombre se deben juzgar sus actos. ¿No quiere usted al señor de Candore? ¿Raúl? Es un buen muchacho; tiene ingenio... y un poco de corazón, no mucho... ¡Oh! Incapaz de dejarse entusiasmar más de lo que dan de las riendas... Y su madre es un buen cochero. Le calumnia usted. No, amiga mía, le excuso.

El forestal, envanecido de absorber por completo la atención de su superior, le iba dando toda clase de noticias técnicas. Y hacía más de un cuarto de hora que hablaba, cuando Delaberge, al través de las prolijas frases de su subordinado, oyó a la señora de Voinchet que decía: ¡Ah! por fin... Ya comenzaba usted a inquietarme... Muy tarde llega, amiga mía.

En fin, caballeros, nuestra amiga se encontraba en pleno idilio. Inocencio no estaba menos enamorado, al parecer.

Sin duda a estas horas usted sabe ya lo que ha pasado; pero yo he querido confirmarle personalmente que su amiga ha sido asesinada. La Natzichet ha confesado su delito, y el Príncipe, que se había callado en la esperanza de poder salvarla, ha confirmado su confesión. Roberto Vérod permanecía mudo y confuso. ¿Está usted contento ahora? El joven no contestó.

Un día, cuando ya puede decirse que estaba moribunda, la sorprendió Raimundo de rodillas limpiando con un paño el pie de una mesa. Quedó estupefacto, y después de reñirla cariñosamente la levantó cubriéndola de besos. Una amiga devota que vino a visitarla la insinuó que debía confesarse. Isabel se impresionó tristemente.

¡El sobrino del cocinero mayor! ¡el señor estudiante! ¡el señor capitán! ¡el embustero! ¡el mal nacido! ¿Pero qué granizada es esa, amiga mía? Debéis saberlo vos. Vos, que habéis formado la tormenta. ¡Pero yo me tengo la culpa! ¡Yo no debí recibiros! ¡yo debí conoceros! el que se atrevió á enamorarme en el convento cuando yo pensaba ser monja...

Y al decir esto estaba ya la del Banco con los brazos abiertos frente a la Regenta, y chocaban las rodillas de una dama con las de la otra. La que estaba de pie inclinaba el cuerpo hacia atrás. Media hora después, Visita, un poco escondida detrás del cortinaje de un balcón, refería una historia a la Regenta, que la oía atenta, vuelta hacia el rincón de su amiga.

Si he de curarme, no me curarán los conventos. Querida amiga, segura estoy de que si entro en él, amaré más locamente a lord Gray, porque no habrá cosa alguna que lo aparte de los vigilantes y calenturientos ojos de mi espíritu; y si ese hombre se empeña en perseguirme aun en la casa de Dios, como sabe hacerlo, no podré guardar la santidad de mis juramentos, y rompiendo rejas y votos, me asiré a la primera cuerda que ponga en la ventana de mi celda para arrojarme a la calle.

Palabra del Dia

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