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En el centro del lienzo esta Jesús desnudo, maniatado con una cuerda a una columna que se ve a la izquierda, estirados los brazos, dobladas las piernas, puesto el tronco casi de frente, y movida la cabeza con dolorosa expresión de sufrimiento, hacia la parte de la derecha, donde un ángel, de rostro más humano que divino, hace ademán de mostrar el martirizado cuerpo a un niño de seis o siete años, que cruzando las manos se ha postrado de hinojos para adorarlo con señales de la mayor ternura.

Mientras el cuerpo dormía en este dulce enajenamiento de los sentidos, velaba el espíritu con actividad maravillosa. Su memoria estaba bañada de claridad y la imaginación se lanzaba con raudo vuelo dando vuelta a los orbes. En vez de meditar sobre la muerte del Señor, pensaba con íntima complacencia en su adorable vida y recorría todos los pasos completamente embelesada, representándoselos con tal verdad como si realmente hubiese asistido a ellos. Veía primeramente a Jesús naciendo en la gruta de las cercanías de Belén, abrazando con sus tiernos brazos el cuello de la Virgen y sonriendo a los pastores y a los magos que de luengas tierras vinieron a adorarlo. Veíale en seguida transportado a Egipto, recorriendo los desiertos de la Arabia, durmiendo sobre el regazo de su madre debajo de algún árbol o en el fondo de alguna cueva. Después lo encontraba en los pórticos del templo de Jerusalén sentado en medio de los doctores, cuando sólo tenía doce años, con sus largos cabellos de color de bronce y la blanca túnica, que formaba graciosos pliegues hasta cubrirle los pies, asombrando a todos tanto por su belleza sobrehumana como por la profunda sabiduría de sus palabras. Contemplábale en su modesto albergue de Nazareth, en la paz de una vida obscura y contemplativa, nutriendo su divino espíritu de las sublimes verdades que el Eterno Padre le comunicaba en sus frecuentes solitarios paseos. Asistía después a sus primeras predicaciones por la Galilea y al primer milagro con que dio testimonio de su poder infinito en las bodas de Caná. Acompañábale a Cafarnaum, cuando de pie sobre una barca de pescar, mecida suavemente por las olas, dirigía su palabra, más clara que el sol que los alumbraba, más dulce que la brisa de la tarde, a la muchedumbre congregada a la orilla. Volvía con

No importa; si José Luis llega a quererme, yo le corresponderé. ¡Qué suave y qué raro es el comienzo del primer amor! Siento que pronto me dominará la delicia de adorarlo..." Por favor, Camucha interrumpió Adriana no leamos más, yo por qué te lo digo. Dejemos esto. No, estás loca. ¡Y te has puesto pálida! No tengas miedo, tonta. Después subimos.

Diziendo, Dõde eštá el rey de los Iudios, que ha nacido? Porque šu eštrella avemos višto en el Oriente, y venimos á adorarlo. Y oyendo ešto el rey Herodes turbòše, y toda Ierušalem con el. Y convocados todos los principes de los šacerdotes, y los Ešcribas del Pueblo, preguntòles^ donde avia de nacer el Chrišto.

El sol, implacable, lanzaba de una vez, en apretado haz, todos sus rayos sobre nosotros, cual si quisiera aplastarnos, reducirnos a la nada, de donde su calor vivificante nos había sacado. ¡Qué hermoso, qué vivo, qué omnipotente sol! Solo en el Mediodía se siente su fuerza augusta y acometen deseos de adorarlo. En los primeros momentos hablose poco en la lancha.

¿Dónde está el cristianismo de la Alemania presente?... Hay más espíritu cristiano en el socialismo de la laica República francesa, defensora de los débiles, que en la religiosidad de los junkers conservadores. Alemania se ha fabricado un Dios á su semejanza, y cuando cree adorarlo, es su propia imagen lo que adora.

Entonces, ella me hace ojitos... me mira dulcemente con sus ojos inocentes, con sus queridos ojos de color azul pálido, y murmura con voz lánguida: Usted es el hombre mejor y más noble del mundo; yo podría amarlo, adorarlo, pero... Pero, ¿qué? ¡Ah! ¡qué feo, qué bajo es todo esto!... Dígame que no quiere saber nada conmigo, que me desprecia. No merezco otra cosa.

La miramos con cara de muy inocentes y nunca llegará a sospechar nada. Oye; yo la miraré así, bien en los ojos; ¿se me conoce algo? Y siguió leyendo: "...me dominará la delicia de adorarlo. Tía lo ha invitado a pasar una temporada en la estancia, para el verano. El año pasado estuve allí.