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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Excelente; un plan grandioso, digno de usted que conoce a fondo la cuestión. Ya hablaremos detenidamente cuando vuelva a las Cortes. Y para evitar una segunda exposición de lo que no había oído, acariciaba al afortunado patán, daba palmaditas en su espalda de oso, asombrado como siempre de que la buena suerte hubiera escogido como amante a aquel hombre.
Ni de la ciudad ni del mar llegaban más que rumores suaves que, al confundirse en el aire, formaban lánguido suspiro como si la tierra y el Océano gozasen tranquilos el placer de la siesta. Una brisa suave, fresca, sin intermitencias, acariciaba la frente de los convidados. La naturaleza ofrecía el amable sosiego, la armonía solemne que sólo se observa en los comienzos del otoño.
Mi desaliento aumentaba, mis ojos se circuían de ojeras, y concluí por pensar que no siéndome soportable la vida lejos del hombre que amaba, lo más sencillo era irme al otro mundo. Evidentemente, este proyecto era bastante doloroso, pero me aferré a él con entusiasmo; lo meditaba y lo acariciaba, con una alegría casi enfermiza.
Un viejo tendero español el iniciador de la suscripción se entusiasmó al verle. Estás más hermoso que el sol. Pareces Bismarck...pareces Hindenburg. Así deberías ir todos los días, Doroteíto. Y le acariciaba el vientre con suaves palmadas.
Ni disgusto ni ambición de dinero. Era que se había cansado de vivir allí; sentía la nostalgia de ver países nuevos: le arrastraba la movilidad de carácter de los de su tierra. Iría á Asturias ó á Cataluña; tal vez se embarcase para América; aún no se había buscado un nuevo puesto, pero acariciaba la ilusión de llevar con él á su madre á un clima que fuese mejor. Por esto sólo se marchaba.
Prefería que su mujer fuese a pie o en coche de alquiler, a exponerse a la pérdida de una de ellas. No hay que decir, si alguna se ponía enferma, lo que pasaba por nuestro banquero. La preocupación, el abatimiento se pintaban en su semblante. Visitábala a menudo, la acariciaba, y no pocas veces ayudaba al cochero y al veterinario a las curas, aunque consistiesen en ponerle lavativas.
Luciano paseaba en silencio desde el dormitorio a la estancia contigua, y con la mano derecha metida en el bolsillo del chaleco, acariciaba nerviosamente un pequeño frasco de cristal.
Percibió en su boca un roce dulce, algo suave que le acariciaba sedosamente, y poco a poco fue extremando su contacto hasta convertirse en un beso frenético, desesperado, rabioso de dolor. El herido, antes de perder la vista, sonrió débilmente al reconocer junto a sus ojos unos ojos lacrimosos de amor y de pena: los ojos de Margalida.
Huyó despavorido, como huían casi todos los chicuelos cuando les acariciaba el doctor. ¡Qué horrible fama la suya! Los curas de la población hablaban de él con terribles aspavientos. Era un impío, un excomulgado. Nadie sabía ciertamente qué alta autoridad había lanzado sobre él la excomunión; pero era indudable que estaba fuera del gremio de las personas decentes y cristianas.
La anciana se levantaba para ir a sus quehaceres, y al pasar detrás de nosotros se detenía y nos acariciaba; a mí, estrechando mi frente entre sus manos; a ella, dándole una palmadita en cada mejilla. Un campanillazo solía poner término a nuestra conversación. Era que tía Carmen llamaba. ¿Dónde está mi Angelina? ¿Qué hace mi Angelina que no viene? Entonces iba yo a saludar a la enferma.
Palabra del Dia
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