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Actualizado: 30 de septiembre de 2025


Aquello fue como si un rayo me hiriera en la cara, pues sentí con qué delicias mi corazón acariciaba esas cartas. «¿Qué no daría ella por una de estas hojasme dije en seguida. «Ella que comienza a dudar del amor de Roberto, que lucha con la angustiosa idea de que, si no ha venido, es únicamente porque quiere arrancarla de su corazón

La noble poetisa mostró un entusiasmo ruidoso al verle en sus salones. Apartando á los otros invitados, salió á su encuentro y le estrechó ambas manos á la vez. Luego, apoyada en su brazo, lo fué llevando entre los grupos para hacer la presentación. Le acariciaba con los ojos, como si fuese el principal atractivo de su fiesta; parecía sentir orgullo al mostrarlo á sus amigas.

Un largo espacio de silencio. Abajo despertaban los dos amantes estrechamente abrazados en el éxtasis todavía de aquel canto de amor. Leonora apoyaba su despeinada cabeza en el hombro de Rafael. Acariciaba su cuello con la anhelante y fatigada respiración que agitaba su pecho. Murmuraba junto a su oído frases incoherentes, en las que aún vibraba la emoción. ¡Qué feliz se sentía allí!

Me parecía que al cerrarse iban a aplastarme sentí un deslumbramiento me arrinconé más profundamente en el sofá. Entonces me vinieron a la memoria los pensamientos que acariciaba desde hacía varios años: me representé cómo lo habría amado si yo hubiera sido Marta y cómo habría querido que él me correspondiera.

Tenía los ojos arrasados de lágrimas. Apenas podía hablar. Levantó el único brazo que tenía expedito, y me acariciaba con dulzura infantil. ¡Aquí, a mi lado! Siéntate aquí, mientras te ponen la cena. ¿Tendrás hambre, no es cierto? Se come muy mal por esos caminos. ¡Pepa, Pepa! Pon la vela aquí, cerca, para que vea yo bien al señor de la casa.

Me quedé sola con la nodriza y el niño, que se agitaba y lanzaba a derecha e izquierda sus puñitos. Adquiriré también el derecho de contribuir a tu felicidad pensé mientras acariciaba su pequeño cráneo redondo y luciente, sobre el cual temblaban al soplo del aire algunos cabellos apenas visibles, finos como la seda.

Pero a Juanita le divertía este ejercicio, y tenía una voluntad indómita. A las observaciones que su madre le hacía daba oídos de mercader; acariciaba a su madre para vencer su oposición y disipar su disgusto, y seguía yendo a la fuente a pesar de todas las observaciones. Una tarde del mes de mayo, Juanita se entretuvo en la fuente en larga y alegre conversación con otras muchachas.

Acababa de pedir prestadas a su padrastro unas cuantas piezas de cobre, aprovechando la confianza que inspiraba al albañil por haber satisfecho todos sus atrasos en la parte que le correspondía del alquiler de la casa. Acariciaba aquella tarde la esperanza de merendar en casa del Mosco, ya que tenía la certeza de no cenar cuando bajase por la noche a Madrid.

Besaron religiosamente, como un relicario, aquella pequeña mano blanca que acariciaba la esperanza de un crimen. Al despedirse, la hermosa mujer aun repetía: Rabichon, Lebrasseur, Chassepie y Mantoux. El duque fue el último en salir. ¿En qué piensa usted? le dijo ; parece usted preocupada. Pienso en Corfú. Piense usted en los amigos de París. Buenas noches, señor duque.

Don Diego, el médico y el niño estaban de espaldas a los caballos. Si alguna vez el niño trepaba sobre sus rodillas, o si la viuda, dormida por la monotonía del movimiento, dejaba caer la cabeza sobre su hombro escuálido, jugaba con el pequeño o acariciaba los cabellos de la viuda.

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