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Ya que le pierdo, y quizá para siempre, conozco cuánto vale, y le amo; perdidamente le amo. Y para que veas mi indignidad y mi vileza, amándole le he faltado: he atravesado su corazón con el puñal venenoso de los celos. Yo tengo la culpa, y don Andrés está disculpado. Yo le atraje, yo le provoqué, yo le trastorné el juicio, y me faltó al respeto, hizo lo que yo merecía.

MÁXIMO. Es la ira que aún está vibrando... No la provoque usted. Ni la provoco, ni la temo... porque me maltratas y yo te perdono. MÁXIMO. ¡Que me perdona!...¡a ! Se empeña usted en que yo sea homicida, y lo conseguirá. Enfurécete, grita, golpea... Aquí me tienes inconmovible... No hay fuerza humana que me quebrante, no hay poder que me aparte de mis caminos.

No estés enfurruñado conmigo dijo Juanita, tuteándole por primera vez . Yo estaba celosa de doña Agustina y enojada contra ti con tan poca razón como estás ahora enojado; yo quería darte picón. Soy leal. Confieso mi culpa y me arrepiento de ella. Es cierto; provoqué a don Andrés sin reflexionar lo que hacía. Perdónamelo. Me besó por sorpresa, pero lo rechacé con furia.

Yo no provoqué esta querella, pero ya comenzada, juro no partir hasta haber obtenido lo que vine á buscar ó perecer en la demanda. No hay más que hablar; dadme vuestras excusas ó procuraos otra espada y reanudemos el combate.

Es notable que, aun cuando no parece que el arsénico tenga influencia sobre las facultades intelectuales, provoque una monomanía angustiosa, una tendencia al suicidio por preocupaciones inquietas y llenas de angustia, el suicidio lipemaníaco: estos fenómenos están acompañados de ansiedad precordial, de palpitaciones, de sensacion de constriccion en el corazon, de un estado venoso, de estancacion venosa, en fin, en las vísceras, que se propaga al encéfalo.

Mi padre dice muchas veces a la de Oreve: No lo provoque usted, señora, porque tenemos aquí muchachas esta noche. Pero ella responde tranquilamente: No se apure usted; hay gracias de estado para las jóvenes y no entienden más que lo que deben entender. ¿Verdad, señoritas? Todo es puro para los puros. Y el señor Kisseler se dispara.

Además, nunca le recomendaré bastante que dedique todos sus cuidados al «guardarropa». Una mujer enamorada debe estar siempre dispuesta a las conversaciones inesperadas; a partir de los treinta y cinco años, en cuanto un hombre tiene un... motivo de conversación, quiere aprovecharlo en seguida, ante el temor de que esta conversación decaiga; esté usted siempre engalanada y emperifollada; no provoque la charla, pero compóngaselas para favorecerla.

Pues qué, ¿una mujer de honor, una buena cristiana, ha de amar sólo la hermosura física y el desenfado en el hablar? ¿Será menester buscarle para marido, no á un caballero de su clase, honrado, temeroso de Dios, virtuoso lleno de atenciones y buenos deseos de hacerla dichosa, sino á algún saltimbanquis robusto, á algún truhán divertido, que provoque en ella con sus chocarrerías una risa indecorosa y un regocijo poco honesto?