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¡No está mal instante! ¡Una hora por el reloj plantado con ella, riendo como locos!... Me están dando ganas de ahogarte entre mis manos, ¡zorro! ¡zorro! ¡más que zorro! La enojada chica, cada vez más poseída de la ira, echó las manos al cuello a su galán, y estuvo a punto de estrangularle. Daba compasión ver a un tan apuesto y gentil mancebo con la lengua fuera y los ojos llenos de espanto.

Pero no te irás enojada conmigo añadió con trémula voz Doña Paca, siguiéndola a distancia en su lenta marcha por el pasillo. No, señora... ya sabe que yo no me enfado... replicó la anciana mirándola más compasiva que enojada . Adiós, adiós». Obdulia condujo a su madre al comedor diciéndole: «¡Pobre Nina!... Se va.

Sobresaltado con tales ideas, abrió corriendo la carta y leyó lo que sigue: «Querido Paco: Aunque me tienes enojada porque llamas a Braulio con tanto misterio, arrancándole del lado mío, todo te lo perdonaré si me le despachas pronto y le dejas libre para que se vuelva con su mujercita, que no vive a gusto sin él.

Tan extremado estuvo, sin embargo, en sus caricias y tan sumiso, que al cabo, arrancando con violencia sus manos de las de él, Clementina dijo medio riendo, medio enojada aún: Quita, quita, que ya estoy hastiada de tus lametones de perro de Terranova.... ¡Eres un bajo!... Primero que yo me humillase de tal modo me harían rajas.

Sin embargo, doña Martina, que estaba realmente enojada, al cabo de pocos minutos llamó al ayo de los niños para que subiera a acostarlos, y ordenó al lacayo que condujese a Miguel a su casa. El chico se despidió, todavía confuso, de la tertulia, y dejó la casa de su tío, situada en la calle del Prado, y se fue paso entre paso con el lacayo hasta la suya, que estaba en la del Arenal.

Pues mira, Rafaela contestó Juanita , di a Longino con toda seriedad también, que es un galopín sin vergüenza, y que él y su amo vayan a escardar cebollinos. No te alteres, hija; no te subas a la parra dijo Rafaela al ver enojada a Juanita . ¿Qué se pierde ni qué ofensa se te hace en tentar el vado?

Doña Emilia protesta enojada contra afirmación tan injuriosa, dejándose arrebatar por su patriotismo y por el espíritu de contradicción hasta el extremo contrario, hasta creer que somos «tan capaces y aptos, y quizás por naturaleza, más inclinados al bien, más exentos de vicios groseros, menos alcohólicos y brutales que ningún pueblo de Europa

Cuando le preguntaban si era cierto que se casaba con un señorito, sonreía, se hacía la enojada como de chanza, y fingía mirar disimuladamente la sortija.... ¡Casarse! ¿Y por qué no? ¿No éramos todos iguales desde la revolución acá? ¿No era soberano el pueblo? Y las ideas igualitarias volvían en tropel a dominarla y a lisonjear sus deseos.

Pues yo, Pepa, quisiera que fuese usted mi suegra dijo Cobo, mirándola a los ojos codiciosamente. Bueno, se lo diré a mi hija, para que se lo agradezca. ¡No, si no es por su hija!... Es porque ... me gustaría que usted se metiese en mis cosas. ¡Bah, bah! déjese usted de músicas replicó la de Frías medio enojada.

Al verle, dejó el libro, se puso ceremoniosamente de pie, y miró al rey con severidad. Veo que aún estás enojada, Margarita dijo el rey. En efecto, señor contestó la reina ; tengo un profundo disgusto. ¡Por tu queridísima doña Clara! Me he propuesto no volver á hablar más á vuestra majestad de este asunto.