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El resto había sucumbido al rigor de la peste y de las balas republicanas. En las calles del Callao, donde un año antes pasaban de 8.000 los asilados o partidarios del rey, apenas si llegaban a 700 almas las que presenciaron el desenlace del sitio. Según García Camba, fueron 6.000 las víctimas del escorbuto y 767 los que murieron combatiendo.

¡Feli! ¡Feli!... ¿Qué pecado había cometido para que la fatalidad la privase hasta de la paz de la tumba?... Maltrana lloraba ahora, sin miedo a que la gente se fijase en él. Estaba en el campo. Al mirar en torno, vio a corta distancia el cementerio de San Martín. Sin darse cuenta había marchado instintivamente hacia aquellos lugares que presenciaron las primeras dichas de su amor.

¡Qué envidia siento al pensar en las mujeres que presenciaron la más estupenda de las revoluciones! ¡Cuánto me hubiese gustado ver lo que vió mi madre, que era entonces una niña!... Las muchachas más valerosas, acostumbradas á los deportes, montaron una mañana en varios aeroplanos, volando sobre toda la extensión del país. Cada avión llevaba un aparato de los inventados por la sabía providencial.

Los vecinos del barrio de la Feria presenciaron en Diciembre de 1574 un espectáculo que les entretuvo bastante y fué objeto de los más sabrosos y varios comentarios.

Muchos de los que presenciaron el suceso habían olvidado la insolencia del Hombre-Montaña para preocuparse únicamente de la finalidad de otra acción suya que les parecía misteriosa.

Así terminaron las fiestas de esta coronacion la última que presenciaron los aragoneses: pero todavia continuó la ALJAFERIA siendo el teatro de otras solemnidades.

No obstante, el cazador Materne, antes de regresar a los parapetos, quiso convencerse de ello; y acercándose cuanto le fue posible al barranco, acompañado de su hijo Kasper y de otros varios, se apoyó en un árbol y apuntó con lentitud hacia el oficial de los bigotes rubios. Cuantos presenciaron la escena contuvieron la respiración, temerosos de que fracasara la prueba.

Todas las que presenciaron la indirecta que les echó la señora, la celebraron mucho, diciéndole doña Lupe al pasar a la sala: «Vaya unas despachaderas que tiene usted, amiga mía. Eso se llama carácter».

Sin embargo, no debía de ocultarse el sol aquel día sin que Roger viese por mismo un ejemplo inolvidable de la ley durísima de aquella época y de la más pronta distribución de justicia que jamás presenciaron ojos humanos. En el centro del valle había una hondonada por la que corrían las aguas de cristalino arroyuelo.

El español pensaba en Mary. A aquellas horas estaría en la penumbra perfumada de su habitación, con la rubia cabecita entre los brazos, durmiendo el primer sueño serio de la noche, cansado el cuerpo y vibrante aún por la más noble de las fatigas... ¡Pobre Juan Huss! Jaime le compadecía como si hubiese sido amigo suyo. ¡Quemarle ante un paisaje tan hermoso, tal vez una mañana como aquélla!... ¡Meterse en la boca del lobo y dar la vida por si el Papa era bueno o malo, o los laicos debían comulgar con vino lo mismo que los sacerdotes! ¡Morir por tales simplezas cuando la vida es tan hermosa y el hereje hubiera podido amenizarla ricamente con cualquiera de las rubias pechugonas y caderudas, amigas de cardenales, que presenciaron su suplicio!... ¡Infeliz apóstol! Febrer compadecía irónicamente la simpleza del mártir.