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Un día de opulencia se encontró con Julio Camba. Villaespesa tenía un aire de gran señor, llevaba bajo el brazo un formidable envoltorio. Acabo de cobrar un libro y... me he comprado doce mudas.

Muy señor mío: Su artículo sobre las elecciones, publicado en El Sol del día 13, contiene varias inexactitudes que me apresuro a rectificar. Dice usted que los votos constituyen en España una gran industria. ¡Ay, señor Camba! Como tantas otras, esta industria ha venido aquí considerablemente a menos. La concurrencia es terrible. Hay quien vende su voto por dos duros.

Un hombre que se deja en un distrito de cincuenta mil duros para arriba es, indudablemente, un hombre que favorece al distrito, y el pueblo, agradecido, debe votarle... A no ser que el candidato contrario se deje lo doble. Un lector me envía la siguiente carta: «Sr. D. Julio Camba.

Stevenson y aun García Camba convienen en que Rodil fué cruel hasta la barbarie, y que no necesitó mantener una resistencia tan desesperada para dejar su reputación bien puesta y a salvo el honor de las armas españolas.

Porque eso de que los candidatos conservadores son quienes pagan mejor los votos, tampoco es exacto, señor Camba. Cuando están en el Poder, ¿qué necesidad tienen de pagarlos? Generalmente, ni siquiera se toman la molestia de echarnos un discurso. Desengáñese usted. Para levantar un poco la industria electoral no hay más procedimiento que la Liga.

Luego me ataca con mi propio cuchillo, yo huyo, y El Debate, comentando el suceso, escribe: «La huida del Sr. Camba no constituye éxito ninguno para su lector, porque el Sr. Camba estaba desarmado...» Una de las cosas que más le han servido a Alemania es la afición a la música. La gente no cree que los alemanes puedan ser crueles.

Hombre, me alegro mucho exclamó Camba ; tengo una cita galante con una bailarina, con la... y pronunció uno de esos nombres radiantes, cascabeleros, armados de voluptuosidad, que, desde los carteles teatrales, hacen latir violentamente a los corazones de veinte años . Estaba muy triste, porque no podía ir por el estado ruinoso de mi deshabillé. Pero has venido a salvarme.

El resto había sucumbido al rigor de la peste y de las balas republicanas. En las calles del Callao, donde un año antes pasaban de 8.000 los asilados o partidarios del rey, apenas si llegaban a 700 almas las que presenciaron el desenlace del sitio. Según García Camba, fueron 6.000 las víctimas del escorbuto y 767 los que murieron combatiendo.