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El español pensaba en Mary. A aquellas horas estaría en la penumbra perfumada de su habitación, con la rubia cabecita entre los brazos, durmiendo el primer sueño serio de la noche, cansado el cuerpo y vibrante aún por la más noble de las fatigas... ¡Pobre Juan Huss! Jaime le compadecía como si hubiese sido amigo suyo. ¡Quemarle ante un paisaje tan hermoso, tal vez una mañana como aquélla!... ¡Meterse en la boca del lobo y dar la vida por si el Papa era bueno o malo, o los laicos debían comulgar con vino lo mismo que los sacerdotes! ¡Morir por tales simplezas cuando la vida es tan hermosa y el hereje hubiera podido amenizarla ricamente con cualquiera de las rubias pechugonas y caderudas, amigas de cardenales, que presenciaron su suplicio!... ¡Infeliz apóstol! Febrer compadecía irónicamente la simpleza del mártir.

En la pared no había ninguna lámina religiosa; todas eran profanas; a saber: las parejas de frailes picarescos con que Ortego ha inundado las tiendas de cromos; canónigos glotones, cartujos que catan vinos, el clérigo francés que se come la ostra y el que muestra el gusano en la hoja; además, borrachos laicos y algunas majas y chulos que entonces empezaban a ponerse de moda.

Y no puede negarse que el buen éxito de los jesuítas en este ministerio de la enseñanza de la juventud produce y puede producir los mejores efectos, aunque no sea más que despertando la emulación y excitando el celo de otros establecimientos pedagógicos, ya, por ejemplo de los Institutos oficiales y laicos, ya de otras Ordenes religiosas ó clericales congregaciones.

, hijo mío, hasta que pueda casarla. No veo qué otro partido pueda tomar. Hay colegios laicos, institutos de niñas, en los que la instrucción está ciertamente más desarrollada y fundada en un espíritu más ancho, más científico...

Tratábase del Padre Alesón, un fraile dominico de las dimensiones de un paquidermo antediluviano, a quien sus hermanos en religión y la grey parroquiana de la Orden llamaban la torre de Babel, por la estatura y porque sabía veinte idiomas: unos vivos, otros muertos y otros putrefactos. Acompañábale otro Padre innominado, de volumen normal entre religiosos, aunque excesivo para laicos.

¡Y el poseedor de los jardines famosos de Villa-Sirena los abandonaba para irse á una población de la que huían los otros!... Lubimoff se acordó del hermoso plan de vida elaborado meses antes: una comunidad de laicos encerrada en este rincón paradisíaco; música, astronomía, agradables conversaciones, trabajos higiénicos.

Creemos que Ingenieros ha contestado esa inculpación de una manera definitiva: "Nada hay en efecto dice más falso que la pretendida identidad de la superstición con el idealismo, no hay nada más torpe que sugerir al vulgo que todos los moralistas laicos son "materialistas" y carecen de ideales", y luego agrega: "Nada hay moralmente más materialista que las prácticas externas de todos los cultos conocidos y el aforo escrupuloso con que establecen sus tarifas para interceder ante la divinidad; nada más idealista que practicar la virtud y predicar la verdad como hicieron los más de los filósofos que murieron en la hoguera acusados de herejía.

No cabía un vetustense más. Los jóvenes laicos de la ciudad, estudiantes los más, no se distinguían ni por su excesiva devoción ni por una impiedad prematura; no pensaban en ciertas cosas; los había carlistas y liberales, pero casi todos iban a misa a ver las muchachas.

Al salir al claustro por las mañanas, poco después de amanecer, la primera persona que veía Gabriel era don Antolín, el Vara de plata. Este sacerdote ejercía autoridad a modo de gobernador de la catedral, pues a sus órdenes estaban los servidores laicos y bajo su inspección se hacían todos los trabajos de escasa importancia.

Todo hace suponer que la lucha que ruge sordamente en los distintos grupos sociales entre el precepto religioso y los ideales laicos ha de acentuarse cada vez más. Ni siquiera, pues, puede con justicia tachársele a Álvarez de inactual.