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Doña Inés se disgustó y rabió, pero don Alvaro quedó más encantado que Calvete y le dio en albricias un doblón de a cuatro duros, después que el niño dijo delante de él la palabreja y él admiró el aprovechamiento y la precocidad del discípulo y la virtud didáctica del maestro.

Conviene estudiar bien al vago para comprender que es un ser caracterizado por el desarrollo prematuro de la adquisitividad, del disimulo y de la adaptación. No se explican de otro modo la gran precocidad ni los rasgos geniales que son desesperación de la Policía y espanto de la sociedad en criminales de diez y ocho y veinte años.

Pero ahora se apoderó de Ester la idea de que Perla, con su notable precocidad y perspicacia, había llegado ya á la edad en que podía hacerse de ella una amiga y confiarle mucho de lo que causaba el dolor de su corazón maternal, hasta donde fuera posible teniendo en cuenta la consideración debida á la niña y al padre.

Hombres y mujeres, ancianos y niños, adultos que pasan de la pubertad á la vejez del cuerpo y del alma con una precocidad increible, por la accion de los vicios y de las privaciones, todos van entrando, descendiendo esa escalera y aglomerándose como los insectos sobre una charca pútrida, para pasar allí la noche, confundidos, revueltos, medio ebrios, medio idiotas, extenuados de fatiga y hambrientos, odiándose á veces mútuamente, sin conciencia de su ser, ni nocion de Dios, ni amor á la humanidad, ni resignacion, ni remordimiento, ni aspiraciones, ni esperanza....

Su rostro era el rostro de un polichinela: naricilla de poeta satírico, boca grande y sarcástica, sonrisa burlona. El cráneo voluminoso, bien conformado, acusaba rara inteligencia, aterradora precocidad. El pobre chico apuraba a sorbos una taza de leche, y no dejaba de mirarme.

También perjudican a usted no poco la prontitud y la precocidad, apenas cumplidos los veinte años, con que se ha puesto a escribir y con que escribe, sin conceder a la reflexión y a la crítica tiempo bastante para discernir los conceptos y valerse sólo en sus planes de los más pertinentes y de los más en armonía, esquivando, sobre todo, multitud de cuestiones que valiéndome de vocablo harto familiar, me atreveré a calificar de peliagudas.

Cuando se aburría de las muñecas, tomaba su libro de cuentos, y llegaba el caso de referir lo que leía sin olvidar un detalle, condimentando su relación con observaciones propias, siempre atinadas. Don Bernardino, asustado de esta precocidad, hablaba con terror de la meningitis.

Y hablaba enternecido de aquel hogar oculta, de la familia improvisada que era para él la verdadera. Judith, engordando en su bienestar tranquilo; aburguesándose hasta hacer olvidar á la antigua divette aventurera, Sánchez Morueta la quería mejor así: la creía más suya. Y entre los dos, aquel pequeñuelo de una asombrosa precocidad.

Tan segura como si le estuviera viendo, y le sintiera correr por los pasillos... ¡Es más salado, más pillín...!, bonito como un ángel, y tan granuja como su papá. ¡Ave María Purísima, qué precocidad! Todavía no ha nacido y ya sabes que es varón, y que es tan granuja como yo. La Delfina no podía tener la risa.

El deseaba vivir: juerga, alegría, mujeres; de lo bueno, lo mejor. Sabía dónde se encontraba todo: sólo era asunto de agallas el hacerse dueño, y él las tenía. Aunque muchacho, había visto bastante. Su sonrisa era una mueca de viejo, un gesto de repugnante precocidad, que se reflejaba en sus ojos con un brillo feroz.