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El delito de que se acusaba á la Briguela era grave, pues según resultó de la lectura de la causa, desde la edad de siete años había la mujer mantenido pacto con el demonio, edad harto temprana, que prueba cuánta era la precocidad de la niña y cuán varios son los caprichos del Satan, que hace diabluras como estas de escoger criaturas para echarles la garra.

Es algo monstruoso; lo que llamamos un macrocéfalo, es decir, que tiene la cabeza muy grande, deforme. ¡Misterios de la herencia fisiológica! Su madre me pregunta si toda aquella gran testa estará llena de talento. Yo le digo que su delirante ambición y su vicio mental le darán una descendencia de cabezudos raquíticos... El chico es gracioso y de una precocidad alarmante...

Entusiasmado por la generosidad con que pagaban sus trabajos astronómicos, compuso una décima en que llamaba á los Orejones protectores de la ciencia. El niño crecía. Inútil es decir que durante su infancia parecían adquirir fundamento las esperanzas de sus padres. ¡Qué precocidad! Todo lo que el niño hacía era prodigioso nunca visto ni oído.

Su precocidad no era la que consiste en el temprano desarrollo de algunas facultades, sino en cierta serenidad de juicio que, dominando sobre las impresiones, le impulsaba a rechazar lo que su entendimiento no alcanzaba. Había que explicárselo todo, y la señal de que lo comprendía era una docilidad encantadora.

La soledad en que vivía le despabiló antes de tiempo. Su precocidad para comparar y hacer cálculos, no era común en los chicos amparados por padres o parientes cariñosos. Porque el abandono y el vivir entregado a propio, favorecen el crecimiento moral en el niño.

En aquel mundo de flaquezas, de escándalos, ¿quién recordaba ya la aventura, poco conocida al cabo, de la sobrinilla enferma? Volvieron sin embargo las solteronas al punto de partida; según ellas, se trataba de un marinero que había abusado de la inocencia o de la precocidad de la niña. Se discutió, como en el casino de Loreto, la verosimilitud del delito desde el punto de vista fisiológico.

Entre los músicos de Italia se ha visto la misma precocidad. Cimarosa, hijo de un zapatero remendón, era autor a los diecinueve de La Baronesa de Stramba. A los ocho tocaba Paganini en el violín una sonata suya. El padre de Rossini tocaba el trombón en una compañía de cómicos ambulantes, en que la madre iba de cantatriz.

Hay niños que logran salvar la inteligencia de estas exaltaciones de la precocidad, y aumentan en la edad mayor las glorias de su infancia. En los músicos se ve esto con frecuencia, porque la agitación del arte es natural y sana, y el alma que la siente padece más de contenerla que de darle salida. Haendel a los diez años había compuesto un libro de sonatas.

Benvenuto Cellini, aquel genio creador en el arte de ornamentar, dice que ningún cuadro de Miguel Ángel vale tanto como el que pintó a los veintinueve años, en que unos soldados de Pisa, sorprendidos en el baño por sus enemigos, salen del agua a arremeter contra ellos. La precocidad de Rafael fue también asombrosa, aunque su padre no se le oponía, sino le celebraba su pasión por el arte.

Mientras duraron en casa de Isidora las abundancias y el regalo, Mariano hizo la vida de señorito holgazán, rebelde al estudio, duro al trabajo, blando a la disipación y al juego. Su precocidad para dar gusto a los sentidos revelaba que había de ser muy menguada en él la vida del espíritu.