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Encontraba en ella un recuerdo de las plazoletas de Florencia, rodeadas de mansiones señoriales, cerradas e imponentes, con su pavimento de guijarros ardientes por el sol, entre los cuales crece la hierba y que despiertan de su modorra al paso tardo de una mujer, de un cura o un viajero, repitiendo sus pisadas cuando ya están lejos.

Yo recorria embelesado, con suprema delicia, algunas de las alamedas anchurosas, llenas de sombra, de perfume y de amor, que dan acceso á los grandiosos parques, los tupidos bosquecillos, los preciosos jardines, las plazoletas rústicas de verde alfombra y ricos pabellones flotantes de variados colores, las caprichosas isletas, las bellas ensenadas, los lagos en miniatura, las cascadas bulliciosas, los pintorescos puentes y los mil primores que el arte ha aglomerado allí, aprovechando la asombrosa fertilidad del suelo y las aguas del perezoso Tajo. ¡Cuántas veces al pasar bajo las inmensas cúpulas formadas por los olmos estupendos, los sicomoros, los fresnos de tinta oscura y menudas hojas, las encinas y hayas y otros árboles europeos, alcanzé á ver algunas familias colombianas, acogidas en el seno de la madre patria como testimonios de fraternldad!

A las diez de la mañana tomaba yo el sombrero y me iba a pasear por la ciudad. Al principio preferí los arrabales, los callejones sombríos, las márgenes pintorescas del Pedregoso o las plazoletas de la Alameda, vasto cuadro sembrado de fresnos, al pie de la colina del Escobillar; alameda sin flores y sin árboles copados, que por lo apacible y retirada me era gratísima.

Entre ese singular compuesto de todas las edades, divisarás en miserables callejas y en plazoletas de forma irregular, casas no pocas que por sus soberbias fachadas merecian, á no estar hoy la mayor parte desiertas, el envidiado nombre de palacios; portadas elegantes del estilo del Renacimiento con esbeltas columnas estriadas y medallones de gran relieve; graciosos ajimeces en paredones carcomidos; altas galerías de aéreas arcadas moriscas sobre edificios restaurados con bárbara simplicidad, sin una imposta, sin una faja, sin una moldura, con agujeros cuadrangulares por ventanas, y de arriba abajo enjalbegados; casuchas miserables con magníficos fragmentos de jaspe y mármol embutidos en sus sarrosos tapiales: allí un soberbio capitel corintio sirviendo de piedra angular, allá un hermoso fuste de granito haciendo de escalon en un umbral, acullá una basa de estátua romana puesta como sillar á pesar de la borrosa inscripcion denunciadora de su antiguo y noble empleo: y esto á cada paso, en cada esquina, en cada calle.

ES una de esas plazoletas melancólicas de un barrio solitario, rodeada de bancos de piedra, que tienen un ambiente provincial, y sobre la cual caen de vez en vez las lentas campanadas de las vísperas, con un clamoreo ensoñador y místico.

¡Que si quieres!... Echamos a andar por aquel pasillo de baldosines rojos, al cual yo llamaría calle o callejón por su magnitud, por estar alumbrado en algunas partes con mecheros de gas y por los ángulos y vueltas que hace. De trecho en trecho encontrábamos espacios, que no dudo en llamar plazoletas, inundados de luz solar, la cual entraba por grandes huecos abiertos al patio.

Hay escaleras que empiezan y no acaban; vestíbulos o plazoletas en que se ven blanqueadas techumbres que fueron de habitaciones inferiores. Hay palomares donde antes hubo salones, y salas que un tiempo fueron caja de una gallarda escalera.

Pero, sea en hora buena, vamos donde queréis, que ya me prometo salvaros de alguna peligrosa brujería. Ramiro y su compañero no pudieron dejar el palacio hasta las diez y media de la noche. El claro de luna cortaba a trechos, con blancuras de mortaja, la lobreguez de las calles, y, estampaba en el suelo de las plazoletas la sombra de las torres y las techumbres.

Mostrábanse las filas de herramientas industriales y agrícolas, con reflejos de obscuro azul, los rótulos arrancados de puertas y balcones anunciando con letras de oro modistas francesas y peluquerías elegantes que ya no existían. En las plazoletas elevábase en montañas el hierro viejo y oxidado, tan frágil por la herrumbre, que parecía próximo a quebrarse como el cristal.

En el piso tercero y en los espacios que al modo de plazoletas cortan la longitud de los pasillos-calles, había también tertulias formadas de mozos de oficio, doncellas, barrenderos y gente que subía de Caballerizas.