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Aumentaban su claridad las ventanas de los muros laterales de la misma nave, de forma estraña y caprichosa, á manera de ajimeces sin parteluz, en que el rosetoncillo del vértice está como sujeto por un cordon ondulante. Casi todas las parroquias de Córdoba presentan en sus portadas antiguas gran semejanza: unas sin embargo son mozárabes, otras son obra posterior á la reconquista.

Llevó en su último período al estremo este sensualismo; mas no en el primero, en que procuró conservar siempre un carácter esencialmente religioso. Las columnas de sus mezquitas aparecen casi entre tinieblas; los ajimeces no derraman sobre ella mas que una luz dudosa. Sus techos de cedro son bajos y de sencillos artesones; sus ricas capillas de mosáico y oro estan cubiertas de misterio.

Las molduras interiores, del mismo modo que los alicatados, pertenecen cuando mas á la época en que fué edificado el alcázar de Granada : las paredes, los grandes arcos de segmento abiertos en ellas, los ajimeces inferiores pertenecen evidentemente á la primera época de esta arquitectura.

Así se cumplió; hoy sin embargo, por de fuera, no se ven de la puerta árabe que entonces se tapió mas que las jambas: el gallardo arco de herradura está sin duda sepultado, con los ajimeces que tendria probablemente á cada lado en la parte superior, bajo las gruesas capas de cal y ocre con que el moderno vandalismo ha presumido hermosear todos los antiguos monumentos de España.

Abajo estaban la sombría alarma, el perpetuo miedo á los bandos que desgarraban el país vasco, los ventanucos para dar paso al arcabuz; arriba la elegancia, copiada de los árabes; la alegría en la construcción, de un pueblo artista; las ventanas graciosas como ajimeces moriscos, para soñar en ellas á la caída de la tarde, después de haber leído un libro de caballerías.

Las casas, no tenían más que uno ó dos pisos sin balcones ni ventanas, ni más huecos á la calle, que algunas estrechas aspilleras y ventanillos, ó ajimeces, palabra, cuya significación no era entonces la misma que se le hoy pues llamamos ajimez al vano gemelo, cuyos arcos se apoyan en una columna central; y entonces, los antiguos nombraron así á los vanos de cualquier forma, ocultos por un cierro, formado en sus lados y frente por tupidas celosias de madera, con su tejaroz, apoyado en canes de bastante vuelo, que proyectaban grandes sombríos batientes en aquella especie de caja calada, tras de la cual podíase ver sin ser visto, como actualmente existen en muchas ciudades orientales.

Ancho friso, también de yesería, con bellas combinaciones geométricas, limitados en sus partes superior é inferior con inscripciones africanas ó cúficas, rodearían las galerías por bajo del arrocabe y análogo decorado serviría de marco ó arraba á los vanos de las puertas y á los de las ventanas ó á los ajimeces que daban luz á las «tarbeas» ó salas, las cuales, cuando tenían ciertas dimensiones, llamábanlas «palacios

No pudiendo esta capilla recibir luz directa del esterior por tener detrás el ala occidental del Mihrab, que ocupaban las habitaciones de los Ulemas y otros ministros del culto islamita, y el pasadizo secreto del Califa, se le dió por la pared del norte luz del templo, abriendo en ella, ademas de su puerta ojival, dos lindos ajimeces y dos pequeñas claraboyas.

Así pues, el aspecto de la población con la estrechez laberíntica de sus calles, la pobreza exterior de sus casas y de tanto edificio religioso, con los densos batientes que proyectaban los arquillos, y los volados aleros y los ajimeces, debió ser lóbrego y triste, sobre todo, desde que el crepúsculo de la tarde comenzaba á envolver la ciudad en las sombras precursoras de la noche.

Capiteles que apenas parece haber tocado el cincel árabe, puertas de mosáico donde aparecen pintados de colores y oro los mas caprichosos adornos bizantinos, cúpulas levantadas sobre ligeras columnas, bóvedas de alabastro, ajimeces de elegante calado donde la naturaleza hace oir aun voces misteriosas, muros cubiertos de relieves de estuco, preciosos alicatados en que de las mismas leyes geométricas se ve brotar á raudales la armonía, objetos á cual mas bellos detienen por momentos los pasos del viajero, que apenas acierta á contemplarlos sin que en medio de la soledad y el silencio que le rodea crea percibir aun el dulce aliento de los genios que crearon tan vasto monumento.