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Mi marido combate en Alsacia.... ¿Y el señor Delfour, dónde está?... El señor Delfour andaba del lado de Bélgica; y su esposa, lanzando en torno una mirada de orgullo, hacía el relato de sus glorias. Dos citaciones en la orden del día: cruz, segundo galón. Pero llovían héroes, y Odette experimentaba cierto despecho al oir que todas las otras casi decían lo mismo de sus hombres.

¡No poder distinguirse!... Un día el hotel del parque Monceau se conmovió con una terrible crisis de nervios y de lágrimas, acompañada de choque de puertas, llegada de automóviles, desfile de médicos. El teniente Delfour estaba herido de gravedad por la explosión de una granada. Odette quiso marchar al lado de su esposa inmediatamente.... ¡Imposible!

La madre, inquieta, interrogaba á, los antiguos amigos de la familia, graves varones que indudablemente ocultaban algo. Las heridas son muchas; pero ya está fuera de peligro. ¡Valor! Lo importante es que viva. Una mañana Odette saltó de su lecho, súbitamente despertada por algo extraordinario que conmovía el hotel.

Corrió por los pisos superiores sin saber lo que hacía, dando alaridos como una mujer de la tragedia griega, chocando con muebles y paredes, mesándose los sueltos cabellos, loca de sorpresa, de miedo, de repugnancia.... ¡Y aquel monstruo era su marido!... ¡Y habría de permanecer junto á él toda su existencia!... ¡Odette!... ¡Odette! seguía gimiendo abajo la voz humilde y dolorosa.

Le faltaban los brazos, le faltaban las piernas, era un tronco nada más, conservado por los prodigios de la cirugía; un harapo rematado por una cabeza viviente. ¡Odette!... ¡Odette! murmuró la boca negruzca humildemente, como si pidiese perdón por su desgracia. Pero Odette había huído, atropellando á los criados que se agolpaban en la puerta.

Luego quiso morir, mientras la madre permanecía erguida, silenciosa, pálida, con los ojos parpadeantes y secos, mordiéndose los labios. Al volver Odette á las reuniones íntimas, experimentó cierta satisfacción. Ninguna amiga osaba ya compararse con ella. Mauricio está herido...gravemente herido. Y todas se apiadaban del esposo seductor maltratado por la guerra.

A principios de 1914, un nuevo sport había enloquecido á todas las gentes distinguidas de París y de las capitales de Europa y América que forman sus arrabales. El mundo decente movía las caderas bailando el tango. Y á la cabeza de esta humanidad «tangueante» figuraron Mauricio y Odette.

Ella era Odette para sus amigas, la incomparable Odette, y para el resto del mundo mademoiselle Marsac, un nombre famoso, pues figuraba en todas las crónicas elegantes, en todos los estrenos, en todas las revistas de modas.

El hijo se fué cuando su mujer empezaba á admirarle como un hombre nuevo, viendo realzadas sus gracias varoniles por las ventajas del uniforme. Quiso entrar en la aviación, pero la aviación marchaba mal al principio de la guerra, y para ser de una utilidad inmediata, permaneció en la artillería. También Odette quiso ser útil á su patria. Todas sus amigas frecuentaban los hospitales.

Como su hijo adoraba á Odette, ella se esforzó en justificar todos los caprichos y saltos de humor de la nuera. ¡Pobre niña! Se había criado sin madre, viviendo como un muchacho. Y vino la guerra. Uno de sus primeros efectos fué dilatar los ojos de la nueva señora Delfour con una expresión de asombro. ¡Pero era posible esta calamidad!... ¡Ahora que la gente se divertía más que nunca!...