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Sir Herbert Carlton, un amigo del señor de Tragomer. Lo suponía, dijo Sorege con una ironía soberbia. ¿Pero miss Hawkins no nos hará el obsequio de cantar la segunda estrofa de esa preciosa melodía? Yo se lo ruego á miss Hawkins, añadió Jacobo.

Coca debería sentir hacia él viva y juvenil simpatía... ¿Por qué, sino por eso, le enviara su pequeño obsequio? ¿Por qué, sino por eso, ocultaba su nombre bajo el de su hermana, ruborizándose luego de su ingenuo subterfugio?...

Allí, como en nichos, habitaban las herederas de muchas familias ricas y nobles; habían dejado, en obsequio al Crucificado, el regalo de su palacio ancho y cómodo de allá arriba por la estrechez insana de aquella pocilga, mientras sus padres, hermanos y otros parientes regalaban el perezoso cuerpo en las anchuras de los caserones tristes, pero espaciosos de la Encimada.

Pasé á Inglaterra, donde las mismas contiendas ocasionaban los mismos horrores. Unos santos católicos, en obsequio de la iglesia, habian determinado volar con pólvora el rey, la familia real, y todo el parlamento, y librar la Inglaterra de tanto herege.

Primero. ¿Por qué, contra lo acostumbrado, le envió el presente a su casa? : esto indudablemente era horror a la ostentación. Segundo. ¿Por qué, pues el obsequio era costoso, haber gastado tanto para ella? Aquí estaban claras la esplendidez y el deseo de agradar. Finalmente, ¿a qué regalar un costurero a una mujer que no tenía tiempo de dar puntada? Esto no podía explicarse.

Yo empecé a estudiar la anatomía. ¡Ciencia admirable, divina! Tanto era el trabajo escolástico, que tuve que abandonar la barbería de aquel famoso maestro Cayetano.... El día en que me despedí, él lloraba.... Diome dos duros y su mujer me obsequió con unos pantalones viejos de su esposo.... Entré a servir de ayuda de cámara. Dios me protegía dándome siempre buenos amos.

Perdone usted a ese pobre criado que ha obrado sin saber lo que hacía, y dígame qué es lo que puedo hacer en su obsequio. Secose los ojos la esposa infiel. Volvieron a humedecérsele y volvió a secarlos.

¡Jesús... pues no faltaba más! contestó la viuda, abochornada como persona a quien ofrecen de mala gana y por fórmula un obsequio que cuesta dinero . Nosotras tenemos que hacer, y nos retiramos. ¡Baltasar! gritó doña Dolores a su hijo, que iba delante con las muchachas . ¡Baltasarito, entra aquí, que vamos a tomar sorbete!...

Muy apreciada debía de estar aquí la buena pintura cuando el papa Martín V mandó a don Juan II como gran obsequio un pequeño tríptico de Rogerio Van der Weyden.

Al día siguiente, cuando le vió en la calle, le pareció aún mejor y le saludó afectuosamente. Manolo Uceda respondió al saludo con agrado, y algunos días después, con ocasión de cierta fiesta con música al aire libre, se aventuró á dirigirle la palabra, á acompañarla y, lo que es aún más, á sacarla á bailar. Este último obsequio puso corona inmarcesible á la gratitud de Soledad.