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En la angustia de su fisonomía vió que el desastre era inminente. ¿También él creía que su víctima había podido escaparse, á pesar de las precauciones tomadas y de las infamias cometidas? ¿No admitía que el Herbert Carlton pudiese ser otro que Jacobo?

Herbert Spencer, formulando con noble sinceridad su saludo a la democracia de América en un banquete de New York, señalaba el rasgo fundamental de la vida de los norteamericanos en esa misma desbordada inquietud que se manifiesta por la pasión infinita del trabajo y la porfía de la expansión material en todas sus formas.

Al oir estas palabras Jenny experimentó una sensación de alivio delicioso y un rayo de esperanza devolvió la claridad á su cerebro. ¿No habría sido juguete de una ilusión? ¿Por qué aquel hombre, que se llamaba Herbert Carlston, había de ser Jacobo de Freneuse? ¿No podía existir una semejanza extraordinaria y terrible?

Sir Herbert Carlton, un amigo del señor de Tragomer. Lo suponía, dijo Sorege con una ironía soberbia. ¿Pero miss Hawkins no nos hará el obsequio de cantar la segunda estrofa de esa preciosa melodía? Yo se lo ruego á miss Hawkins, añadió Jacobo.

Jacobo no se convertirá para siempre en Herbert Carlton á fin de imitar á Jenny Hawkins por medio de esta ingeniosa sustitución. No, Sorege; no caeremos más en sus artimañas. Está usted descubierto y en cuanto Jacobo hable una hora con Lea Peralli, estará en situación de confundirle á usted y de rehabilitarse, puede usted estar seguro.

Para todo el mundo se llamará sir Herbert Carlton; para usted, Jacobo de Freneuse. ¡Dios mío! ¿Qué intentan ustedes? preguntó miss Maud con inquietud. Ya lo verá usted. Puesto que este asunto le apasiona, va usted á asistir á una de sus peripecias más importantes. Usted me incitó á arriesgarlo todo para salvar á mi amigo; ahora es preciso que me ayude á llegar hasta el fin, suceda lo que quiera.

Anoche le ha visto usted en su casa bajo el nombre de Herbert Carlton, y es de esperar que sabrá explicar á usted, mejor que lo hizo á los jueces, las circunstancias que le comprometieron. Una condena es siempre una mala nota entre personas honradas... No se condena á la gente con tanta facilidad... Y si América es el país de la sinceridad, Francia es el de la justicia.

Viendo aquellos dos hombres venir hacia ella, Jenny dejó escapar un sordo gemido. Le pareció que su corazón dejaba de latir y que sus pupilas iban á apagarse. No veía y sus oídos no percibían más que ruidos vagos... Confusamente oyó la voz de Tragomer, que decía: Miss Maud, permítame usted que le presente á mi amigo sir Herbert Carlston...