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Pocos mariscos unirán, como la vieira, una carne tan sabrosa a un abolengo tan ilustre. Ya, mucho antes de la Edad Media, la vieira le había servido a Afrodita, surgiendo del mar, para alisarse los húmedos y admirables cabellos. Hoy Afrodita usa peines bastante más caros; pero esto no quiere decir nada contra la vieira.

Era un cuadro en las profundidades del mar, con ansiedad de buzo y resplandor de mariscos entre el lívido verdor del agua. Las arañas se paseaban sobre los objetos, pero Rafael no les tenía miedo. Las correderas entraban y salían por los intersticios, huyendo azoradas al ruido, pero el Majito tampoco las tenía miedo. Estuvo un rato en acecho, dudoso, mirando y eligiendo.

En Francia las vieiras bretonas, las vieiras armoricanas, gozan de gran reputación y son consideradas un bocado exquisito. ¿Y saben ustedes cómo las llaman los franceses a las vieiras? Las llaman coquilles Saint-Jacques, o conchas de Santiago. Porque la vieira es el marisco del Apóstol. Es un marisco casi sagrado, así como otros mariscos son literarios, y otros, políticos.

Apenas se les pasó el miedo, regalaron la escultura a unos amigos que tenían oratorio; hubo función con órgano, gastose mucha cera y quedaron tranquilos. Acabábamos de cenar Elvira y yo en un gabinetito de una fonda donde le gustaba que la llevase a tomar mariscos y vino blanco.

Fue verdadero festín de cardenales, con desmedida abundancia de peces, mariscos y de cuanto cría la mar, todo tan por lo fino y tan bien aderezado y servido que era una gloria. Veinticinco personas había en la mesa, siendo de notar que el conjunto de los convidados ofrecía perfecto muestrario de todas las clases sociales.

Creedme, señor corregidor; mi amigo y compañero el noble Oliver de Butrón es hombre peligroso cuando enristra la lanza y cuando se queja su estómago, y lo mejor que podéis hacer es procurarle cuanto antes esos mariscos que tanto anhela. Antes de una hora los tendrá en su plato, dijo el corregidor.

El doctor recordaba ciertos mariscos que, segregando el jugo de su cuerpo, forman la concha, el caparazón que les sirve de vestido y defensa. El español no tenía otro jugo que el de la intolerancia, el de la violencia. Así le habían formado y así era. En otros tiempos, el caparazón era negro; ahora sería rojo; pero siempre la misma envoltura:

Un ostricario moreno, enjuto, de ojos de brasa y enormes bigotes, tenía su puesto en la puerta del restorán, ofreciendo mariscos de intenso olor, que tal vez habían echado media semana en ascender desde la ciudad á las alturas del Vomero.

Los políticos catalanes no parece que se reproduzcan tanto como los políticos gallegos, y esto constituye, por sólo, una gran ventaja para el país. ¿No se comen, quizá, muchos mariscos en Cataluña, o es que el marisco del Mediterráneo vale menos que el del Atlántico? Y por otro lado, ¿conocemos nosotros todas las posibilidades políticas del marisco catalán?

Oirle hablar de un asado, bastaba ya para despertar nuestro apetito; y como nunca poseyó otras dotes superiores, ni pervirtió ni sacrificó ningún don espiritual anteponiéndolo á la satisfacción de su paladar y de su estómago, me causaba siempre gran placer oirle discurrir acerca del pescado, de la volatería, de los mariscos, y de la diversidad de carnes, espaciándose en lo referente al mejor modo de condimentarlos y servirlos en la mesa.