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Se hartaban de carne en los días de abstinencia, después de haber comido en la mesa pescado y legumbres; salían de paseo, a visitas y a compras, a las horas en que don Aquiles estaba fuera, exponiéndose a ser pilladas infraganti... Pero las tretas de Pablo eran las que ofrecían más peligro: después de la ronda nocturna y de haber fingido estar entregado al más profundo sueño, levantábase con precaución, vestíase con prisa y saltando por la ventana al patio, escabullíase a la calle, para no volver hasta el alba.

Siempre tenían estos dos amigos campo en que hacer incursiones y descubrimientos, tratando de penetrar o penetrando el uno en la mente del otro. Nunca se hartaban de hablar, y su conversación era una eterna disputa. Doña Luz era creyente y espiritualista con su poco de misticismo; D. Anselmo, positivista feroz.

Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que rezamos, a costa ajena comía como lobo y bebía más que un saludador. Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces, y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo.

Halláronse presentes a la plática la sobrina y ama, y no se hartaban de dar gracias a Dios de ver a su señor con tan buen entendimiento; pero el cura, mudando el propósito primero, que era de no tocarle en cosa de caballerías, quiso hacer de todo en todo esperiencia si la sanidad de don Quijote era falsa o verdadera, y así, de lance en lance, vino a contar algunas nuevas que habían venido de la corte; y, entre otras, dijo que se tenía por cierto que el Turco bajaba con una poderosa armada, y que no se sabía su designio, ni adónde había de descargar tan gran nublado; y, con este temor, con que casi cada año nos toca arma, estaba puesta en ella toda la cristiandad, y Su Majestad había hecho proveer las costas de Nápoles y Sicilia y la isla de Malta.

Pero todas las madres de niñas casaderas las adoraban, no se hartaban de bendecirlas y adularlas. Saludábanlas de media legua, y al salir de la iglesia se apresuraban a ofrecerles el brazo para que se apoyaran. En cambio, las que tenían algún hijo varón en edad de casarse solían mirarlas con recelo y antipatía, las llamaban por lo bajo chochas y entremetidas.

En más de una también, dejó cerrados en la secretaría a algunos concejales llevándose la llave. Después que los padres del municipio se hartaban de gritar y dar golpes a la puerta, venía un alguacil a abrirles; pero ya se había efectuado la votación. Gracias a estas y otras tretas, a las arbitrariedades sin cuento que cometía, vengábase el bilioso ex marino de sus enemigos, que era un primor.

Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofadrías y mortuorios que rezamos, a costa ajena comía como lobo y bebía más que un saludador. Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que jamás fuí enemigo de la naturaleza humana, sino entonces; y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo.