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Don Jerónimo se sentó, dejando el auditorio sumamente agitado, bajo el peso de esta profecía aterradora. Avanzó acto continuo hasta las candilejas, don Rufo, el médico de la villa, hombre flaco, con barba de cazo, y gafas de oro. A las pocas palabras declaró explícitamente que, en su opinión, el pensamiento no es más que una función fisiológica del cerebro y el alma un atributo de la materia.

Pronto hubo de sospechar que si Baldomerito no le hablaba de amor explícitamente, era por pura cortedad y por no saber cómo arrancarse; pero que estaba enamorado hasta las gachas, reduciéndose a declararlo con delicadezas, complacencias y puntualidades muy expresivas. Sin duda el amor más sublime es el más discreto, y las bocas más elocuentes aquellas en que no puede entrar ni una mosca.

Todo juicio implica identidad del predicado con el sujeto; pero en la proposicion: yo soy yo; la identidad está no solo implicada, sino explícitamente consignada; por cuya razon, pertenece á la clase de las que se llaman idénticas, porque su predicado no explica nada de la idea del sujeto, solo la repite. ¿De dónde saca pues Fichte que el yo existe porque se ha puesto á mismo?

Bermúdez de Castro, dando crédito en esto, como en otras cosas, al interesado, consigna que el Conde de Miranda, Presidente del Consejo de Castilla, declaró explícitamente á Doña Juana Coello que sólo dejando el servicio del Rey de Francia podría abrigar esperanzas de acomodar satisfactoriamente los asuntos.

Sin esta reforma declaraban explícitamente los interesados que se operaría muy pronto una completa disolución en el ejército, y por lo tanto, dejando de ser la escuela del honor, ni lo habría en el país, ni nos levantaríamos jamás a la altura de otras naciones, ni habría prosperidad ni poderío ni pundonor en toda la vida.

El código de comercio de 1830, que se hizo extensivo á Filipinas en la Real cédula de 26 de Julio de 1832, deja en las novedades que introduce las divisiones de raza, pues que da reglas para las inscripciones en la matrícula de comercio de los mestizos é indios sangleyes, quedando desde aquella fecha las razas, jurídicamente hablando, perfectamente definidas y cada una de ellas sujetas á leyes especiales; pero hoy que todo propende á la unificación en cuanto compatible sea con las civilizaciones de Asia, y en que se ha dado el gran paso, en tal sentido, con la creación de la cédula y la abolición del tributo, símbolo de raza; y hoy en que se dice son españoles todos los nacidos en territorios españoles, y extranjeros los que lo fueren en otras tierras, el chino sea fiel ó infiel, nacido en territorio español ó en suelo extranjero, dentro de aquella legislación, de aquella tributación, de aquellas patentes, de aquellas restricciones, no será, si explícitamente no se consigna, dentro de la vida mercantil de aquellos pueblos, ni español ni extranjero; será chino, mejor dicho, será un número ó una patente; número que en sus quejas y reclamaciones no tiene más autoridad á quien acudir dentro de su raza que á su Gobernadorcillo, último remedo de los poderes gubernamentales, estando sujetos lo mismo á las genialidades de los pedáneos indios que á los rigores del trabajo público á que le llevan la más pequeña demora en los pagos.

No obstante, lejos de decir explícitamente «aceptamos», todos, y el primero el alcalde, dirigieron sus miradas inquietas á un rincón de la sala donde estaba sentado un viejo con calzón corto remendado, montera bajo la cual asomaban, entrecanos y nada limpios, dos mechones de pelos, uno sobre cada sien y de un palmo de largos, según la antigua moda, chaqueta al hombro y un garrote chamuscado con el que hacía garabatos sobre el polvo del suelo fingiéndose distraído.

Lo más verosímil era que no hubieran hecho alusión alguna al porvenir: ni el Príncipe había prometido explícitamente convertirse al matrimonio, ni la Condesa le había impuesto rigurosamente que se pusiera en regla con el mundo.

No quiero decir que para tener certeza de cualquiera cosa, sea necesario pensar explícitamente en dicho principio; pero que debemos tenerle por firmemente asentado, que no podemos abrigar sobre él la menor duda, y que en viendo alguna cosa ligada con él mismo, es preciso considerarla como asida de un punto inmóvil; la menor vacilacion, el mas ligero quién sabe!.... sobre este principio, lo arruina todo: la posibilidad de un absurdo es ya por si misma un absurdo.

Poetas se hallarán capaces de medirse con los consagrados nuestros: tales Guerrero y Apóstol. Rizal, Bernabé, Recto, Palma, Balmori, Pérez Tuells, Victoriano, Torres, Marfori, muéstranse también versificadores de inspiración y enjundia, sin desdeñar a los otros, ni a ninguno, como explícitamente demuestra la recolección de su cosecha pimplea. Pero no queremos trocar en índice lo que es prólogo.