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No dió un grito, no se quejó; se fué como había vivido... Las enfermeras cuentan que el cadáver sonreía; un cadáver ligero como una pluma. En torno de la tumba se ennegrecen varias coronas, lo mismo que si las hubiese chamuscado un incendio. Toledo rebusca entre estas ofrendas de las compañeras de la difunta, hasta señalar un manojo de rosas frescas que empiezan á marchitarse.

Al día siguiente, tempranito, trancó la bodega, después de encerrar en ella la ejecutoria y algunas escrituras; colgó la llave, por el anillo, de un tirante de su pantalón, puesta ya su mejor ropa, guardó en un pañuelo un par de camisas de estopilla, y pendiente este lío de un garrote de acebo chamuscado que se echó al hombro, partió hacia el camino real á esperar la primera diligencia que pasara con dirección á Madrid.

No obstante, lejos de decir explícitamente «aceptamos», todos, y el primero el alcalde, dirigieron sus miradas inquietas á un rincón de la sala donde estaba sentado un viejo con calzón corto remendado, montera bajo la cual asomaban, entrecanos y nada limpios, dos mechones de pelos, uno sobre cada sien y de un palmo de largos, según la antigua moda, chaqueta al hombro y un garrote chamuscado con el que hacía garabatos sobre el polvo del suelo fingiéndose distraído.

Aguardaban horas enteras a que una gallina solitaria se aproximase a ellos, y retorciéndola el cuello continuaban la marcha, para encender una hoguera de leña seca en mitad de la jornada y engullirse el pobre animal chamuscado y medio crudo con una voracidad de pequeños salvajes. Temían a los mastines del campo más que a los toros.

El papel grueso y brillante se ennegreció, al mismo tiempo que de sus páginas, encorvadas por el fuego, surgía una llama, esparciendo denso humo por la habitación. Ni calor podía dar el maldito papel, motivo de envidias y locuras para muchos imbéciles. Y temiendo que el humo le obligase a abrir la ventana, cogió la cazuela con el volumen chamuscado, llevándola a la cocina.

Bajo cejas negras todavía, brillaban dos ojillos penetrantes y nerviosos, que habían vivido catando el tinte justo de los hierros y siguiendo el arabesco de las ataujías. El fuego había chamuscado sus manos verrugosas y obscuras como sarmientos. Su boca grave y su adusto mirar expresaban pundonor y firmeza.

En esto, con unas estopas ligeras de encenderse y apagarse, desde lejos, pendientes de una caña, les calentaban los rostros. Sancho, que sintió el calor, dijo: -Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porque una gran parte de mi barba se me ha chamuscado, y estoy, señor, por descubrirme y ver en qué parte estamos.

Afeitóse bien su barba de ocho días; vistióse una camisa, cuyos cuellos, aunque doblados por arriba un par de dedos, le cubrían la mitad de las orejas; cepilló y se puso su chaquetón pardo y su sombrero de copa negro-verdoso; empuñó su bastón de acebo chamuscado; aseguróse bien de que no falseaban las correas de sus zapatos de becerro, y dijo al elegante secretario de su amigo, como si toda la vida le hubiese tenido á su servicio: Vamos andando.

Brillaban las limpias copas, las garrafas, la salvilla, las vinagreras, el aro de plata del mostacero: los rábanos, nadando en fina concha de porcelana, parecían capullos de rosa; el lenguado frito presentaba su dorado lomo, donde se destacaba el oro pálido de las ruedas de limón, y el verde chamuscado de las ramas de perejil; los bisteques reposaban sangrientos en lago de liquida manteca; y en las transparentes copas de muselina destellaba el intenso granate del Borgoña y el rubio topacio del Chateau-Iquem.

Una pierna que parecía de cartón chamuscado asomaba entre los escombros. Creyó ver otra vez á la vieja con los nietos agarrados á sus faldas. «Señor, ¿por qué huyen las gentes? La guerra es asunto de soldados. Nosotros no hacemos mal á nadie y nada debemos temerMedia hora después, al bajar una cuesta, tuvo el más inesperado de los encuentros.