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Montigny era peor aún que Frédérick... A Lafontaine, rabioso, despechado, se le saltaban las lágrimas; su alma inquieta de seminarista, de grumete, de repartidor de obras por entregas, toda su alma díscola y errante, protestaba iracunda contra tantas y tan estrechas imposiciones. Pero al cabo cedía y su técnica se refinaba.

Templa, pequeño joven, templa el brio Y subjeta el valor tuyo y pequeño Al mayor de mi honroso poderio. Que desde aqui te doy mi fe, y empeño Mi palabra, que solo de ti seas mismo el propio y conocido dueño. Y que de ricas joyas y preseas Vivas lo que vivieres, abastado, Como yo podré darte, y tu deseas, Si á mi te entregas, y te das de grado.

El origen de esta enemistad fué no haberle querido Berenguer de Rocafort entregas unos Castillos de Calabria, que por razon de las paces hechas entre los Reyes le pertenecían, hasta que le satisfaciesen lo corrido de sus pagas á él, y á su gente, y como los Reyes tienen por injuria, y atrevimiento grande, pedilles paga de servicios por medios violentos, aunque por entonces satisfizo á Rocafort, quedóle siempre vivo el sentimiento de este agravio.

Sea su novela Amistad funesta el décimo volumen de las obras del Maestro. Es milagro que ella, como casi todo lo que escribió, no se haya perdido. Se publicó en 1885, en varias entregas, en El Latino Americano, periódico bimensual, de vida efímera órgano de la Compañía Hecktograph, de New York que no se encuentra hoy en biblioteca pública alguna.

Tenía la bochornosa debilidad de dudar entre la salvación de Jacobo y la mía: usted me ha aconsejado. Ya no hay duda posible. Entregarme de nuevo á un monstruo como usted, sería completar mi crimen. Sorege dió un salto al oir el ultraje y dijo, ya de pie: ¿Así recompensas los servicios que he prestado? ¡Me he comprometido por ti y me entregas á mis enemigos!

Ya les ahorras esa molestia enviándolas mismo á donde ellos las aguardan. Les cierras la puerta de tu hotel, pero antes les entregas la familia.... Me has repetido lo mismo varias veces: son ilusiones tuyas. Ya conoces mi carácter. He dicho que no entran y no entrarán. Sería un buen golpe para ellos apoderarse de Sánchez Morueta; pero pierden el tiempo.

Lo que te suplico es, ¡oh fatal estrella mía!, que la mano que me pides y quieres darme no sea por cumplimiento, ni para engañarme de nuevo, sino que confieses y digas que, sin hacer fuerza a tu voluntad, me la entregas y me la das como a tu legítimo esposo; pues no es razón que en un trance como éste me engañes, ni uses de fingimientos con quien tantas verdades ha tratado contigo.

Nada tenía esto de particular, y es lo más usual cuando no se tiene el viento por la popa; pero he aquí que a Rosario, la amiga de la señorita de Mory, se le mete en la cabeza de pronto que aquel cambio de motor náutico significa peligro inminente de naufragio, el cual se le representa a la imaginación con todos los horrores de que suele venir rodeado en las novelas por entregas: la densidad espesa de la noche, las olas elevándose como montañas a los cielos, los gritos de los náufragos mezclándose a los rugidos de la mar, etcétera.

Pepe repuso que quería ser cajista, porque en la escuela donde le enviaron se había echao un amigo a quien sus padres pusieron en una imprenta, con lo cual el muchacho siempre tenía los bolsillos llenos de estampas de entregas, romances de ciego, restos de tiradas de aleluyas y pedazos de carteles de toros.

Sin el trato y el conocimiento íntimo del carácter, volvemos á repetir, es completamente imposible definir, máxime cuando corre de boca en boca tanta y tanta vulgaridad, escribiéndose en la generalidad de los casos en el mismo tono en que se habla. No ha muchos días, hojeando una de las últimas entregas de la Revista Europea nos fijamos en un artículo, en cuyo epígrafe se leía: Una llaga social.