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Es de notar que aquí no hay imposibilidad metafísica ó absoluta, porque no hay en la naturaleza de los caractéres una repugnancia esencial á colocarse de dicha manera; pues que un cajista en breve rato los dispondria así muy fácilmente; tampoco hay imposibilidad natural, porque ninguna ley de la naturaleza obsta á que caigan por esta ó aquella cara, ni el uno al lado del otro del modo conveniente al efecto; hay pues una imposibilidad de otro órden, que nada tiene de comun con las otras dos, y que tampoco se parece á la que se llama moral, por solo estar fuera del curso regular de los acontecimientos.

Hoy, la verdad, lo que para un cajista cualquiera ofrecía ciertas dificultades, lo has aprendido en seguida y bien. Por otra parte, me parece una primada que a lo mejor te pases allí horas enteras sin sacar nada en limpio... En fin, chico, ayer se ha marchado uno de los correctores, el que iba de noche... ¿quieres la plaza? Si se lo digo al amo, te la da.

Muy pronto aprendió a componer los tipos, ayudándolo en la operación mecánica su extraordinaria destreza en la prestidigitación; su ignorancia del idioma parecía serle más favorable que perjudicial, aseverando el axioma de impresor, de que el cajista que sigue las ideas del original, es un pésimo operario.

Nuestro entendimiento parece una caja donde hay todos los caractéres; mas para decir algo, ha menester de la mano del cajista. Esta imágen de los caractéres de imprenta me recuerda un hecho ideológico que importa consignar: hablo del escasísimo número de ideas que hay en nuestra mente, y de la asombrosa variedad de combinaciones á que se prestan.

Lo que no pudo devolverle la justicia popular, enérgica pero tardía, fue el dinero prodigado a carceleros y guardianes para que no le molestaran, y al escribano para que activara la causa, ni tampoco la parroquia perdida con la clausura de la imprenta. Cuando el pobre hombre salió de la cárcel, consumida su fortuna, tuvo que resignarse a ser oficial de cajista.

Tal fue el cartero que escogió Pepe para asegurar su correspondencia con Paz, ocultándola, por supuesto, que él trabajaba en la misma imprenta donde aquél era aprendiz. Si te pido que me hagas un favor, ¿podré contar contigo? le dijo un día Pepe. Mande Vd. lo que quiera repuso el futuro cajista. La cosa ha de quedar entre y yo; no quiero que nadie lo sepa, ¿entiendes? Ni el señor Millán.

Pepe repuso que quería ser cajista, porque en la escuela donde le enviaron se había echao un amigo a quien sus padres pusieron en una imprenta, con lo cual el muchacho siempre tenía los bolsillos llenos de estampas de entregas, romances de ciego, restos de tiradas de aleluyas y pedazos de carteles de toros.

A Engracia la casó su madrastra, prendera, que, según voz pública en el barrio, tenía gato, con propósito de quitársela de encima, y ella admitió los primeros requiebros del cajista por salir del poder de tan mala pécora.

No, hija, como Pepe, no: nuestro hermano es hijo de un funcionario público; el padre de ese joven, si no he oído mal, era cajista, jornalero. Impresor. Llámalo como quieras. Siendo ya viejo, llegó a dueño de la imprenta; pero su origen no puede ser más humilde. Eso no quiere decir que sea mala persona; pero, en fin, ¿por qué te disgusta que nosotros ambicionemos para lo mejor?

¿Conque es imposible imprimir un periódico? Poco menos, señor; y si acaso se lo imprimen a usted, será caro y mal. Pondrán unas letras por otras. Eso ¡pardiez! no será imprimir mi periódico, sino otro del cajista. Pues eso, señor, sucederá; en habiendo un día de formación no tendrá usted cajistas; y si usted se enfada algún día por una errata, lo dejarán plantado, y si no se enfada también.