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Actualizado: 1 de septiembre de 2025


Luego no quieres atenerte a la medicina ni al dictamen de entendidos físicos, sino que te entregas a la superstición.

Ente ridículo, bailas sin alegría, tu movimiento turbulento es el movimiento de la llama, que sin gozar ella, quema. Cuando yo necesito de mujeres echo mano de mi salario, y las encuentro, fieles por más de un cuarto de hora; echas mano de tu corazón, o vas y lo arrojas a los pies de la primera que pasa, y no quieres que lo pise o lo lastime, y le entregas ese depósito sin conocerla.

Pretenden que su joven hija se le parece; pero de ese modo piensan las personas que no saben las cosas que pasaron antes de que ellos nacieran. En cuanto a , debo saberlo bien, porque ayudé al viejo pastor señor Drumlow. Dicho esto, el señor Macey hizo una pausa. Despachaba su relato por entregas, haciendo pausas para ser interrogado, según la costumbre.

Recordó los valles vírgenes de las novelas por entregas, y convino en que nunca se había imaginado cosa tan linda y recatada. Dichoso, pensó, el que haya nacido en este apartado retiro y nunca lo perdió de vista.

Zelayeta, padre, a pesar de sus genialidades y de sus rabotadas, era hombre de tendencia progresiva; le gustaba suscribirse a los libros por entregas, sobre todo para que los leyese su hijo.

No se inquietó gran cosa, pensando que la presencia benigna del marino encalmaría bien pronto aquella tempestad. Empezó a vestirse lentamente delante de un espejito tan pequeño que se iba viendo en él «por entregas», y reparando en ello se sonreía.

Ahora ha llegado la ocasión de contártelo, y veremos qué juicio formas. Lo que puedo asegurarte es que ya no hay más. Esto que te voy a decir es el último párrafo de una historia que te he referido por entregas. Y se acabó. Asunto agotado... Pero es tarde, hija mía, nos acostaremos, dormiremos y mañana... vii

Rosita apilaba pliegos y resmas sin decir una palabra. Nicanora hizo a Jacinta, mirando a su marido, una seña que quería decir: «Hoy está bueno». Después empezó a pasar rápidamente la brocha sobre el papel, como se hace con los estarcidos. Y las suscriciones de entregas preguntó Guillermina , ¿dan algo que comer?

En mano propia recomendó otra vez el joven, vas a verla, Agapo, ¡feliz, cien veces feliz! dile de mi parte... no, no le digas nada; entregas la carta, y te marchas, para evitar preguntas: ahí dentro está todo. La emoción le dominaba, y sus ojos azules se empañaron. Registró en sus bolsillos y sacó un reloj de níquel, que ofreció al atorrante.

Desdeñaba los libros clásicos, y me engolfaba en el piélago anchuroso de la literatura romántica. Andrés compró cierto día, en su tienda de «La Legalidad», un tercio de papeles viejos, entre los cuales hallé folletines, libros, folletos, entregas, y tomos de «La Cruz», que me apresuré a recoger.

Palabra del Dia

passaro

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