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Al hacerlo comprendimos que la tripulación estaba alborotada; pudimos retirar las bombas sin que nos atacaran. Los marineros fueron a ver al capitán enardecidos, como locos, con los ojos inyectados, fuera de las órbitas. El capitán repitió varias veces que no había agua, que se contentaran con la media ración. Dicho esto se sentó cerca de la ballenera a charlar con el doctor Cornelius.

Algunos hombres venían á unirse al público rudo, enardecidos por un sentimiento en el que se mezclaban la admiración y el deseo. Los mismos que habían mirado con indiferencia á la niña de la estancia de Rojas por parecerles un muchacho, se entusiasmaban viendo pasar á caballo, con falda de amazona, á la marquesa de Torrebianca. Eso es una mujer... ¡Vaya unas curvas!

Cada oscilación es una invitación a la sensualidad, que aparece allí bajo la forma más brutal que he visto en mi vida; se acercan al compañero, se estrechan, se refriegan contra él, y el negro, como los animales enardecidos, levanta la cabeza al aire y echándola en la espalda, muestra su doble fila de dientes blancos y agudos.

Los soldados que se encontraban con el resto de la columna, enardecidos por el humo producido por la pólvora y por los gritos de entusiasmo de sus compañeros que ya peleaban, se encontraban alborozados, y esa emoción natural que produce en las almas de los valientes el estampido de los primeros disparos, les embargaba.

Era este un espectáculo que había sido objeto de ensayos, y del que se mostraban orgullosos los «macarenos». Los buenos mozos del barrio, agarrados a ambos lados del «paso», lo sostenían, siguiendo su violento vaivén, al mismo tiempo que gritaban, enardecidos por este alarde de fuerza y habilidad: ¡Que venga a ve esto toa Seviya!... ¡Esto es lo güeno! ¡Esto sólo lo hacen los «macarenos»!...

Después, otra vez el silencio, que parecía más imponente, más profundo, tras los truenos del bronce. Volvía a oírse el susurro de los palomos, y abajo, en el jardín, piaban unos pájaros, como enardecidos por el rayo de sol que reanimaba la verdosa penumbra. Gabriel sentíase conmovido. Se apoderaba de él la dulce embriaguez del silencio, de la calma absoluta: la felicidad del no ser.

Los ricos de allá hablaban con desprecio de las gentes de las minas, como si no fuesen capaces de tomar parte en la apuesta, presentándose en Azpeitia al lado de su barrenador. Los contratistas de Gallarta gritaban enardecidos. ¡Vaya si irían! ¡Y menuda paliza les aguardaba á los guipuzcoanos pretenciosos! ¡Atreverse con el Chiquito de Ciérvana, que era la gloria más grande de las Encartaciones!

Cada oscilación es una invitación a la sensualidad, que aparece allí bajo la forma más brutal que he visto en mi vida; se acercan al compañero, se estrechan, se refriegan contra él, y el negro, como los animales enardecidos, levanta la cabeza al aire y mira echándola a la espalda, muestra su doble fila de dientes blancos y agudos.

La señá Eufrasia era la única que intentaba consolarlos con sus palabrotas enérgicas. Los demás, enardecidos y contentos por la proximidad de la tierra soñada, volvían la cabeza, huyendo de sus lamentaciones. Subido en un caramanchel, un hombre tocaba la gaita, saludando a Buenos Aires con el mugido melancólico del inflado pellejo. En el castillo de proa sonaba la flauta pastoril de los árabes.

Las bandadas de pájaros piaban sobre los árboles del jardín, estremeciendo las hojas con sus aleteos juguetones como enardecidos por la primavera que llegaba para ellos fiel y puntual como todos los años.