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Enardecidos por esta actividad mortal, embriagados por la celeridad destructora, sometidos al vértigo de las horas rojas, Lacour y Desnoyers se vieron de pronto agitando sus sombreros, moviéndose de un lado á otro como si fuesen á bailar la danza sagrada de la muerte, gritando con la boca seca por el acre vapor de la pólvora: «¡Viva... viva

Quedaban con las entrañas colgando y eran sometidos en los corrales á una rápida cura, para volver á salir á la arena enardecidos por falsas energías. Repetidas veces aguantaban esta recomposición macabra, hasta que al fin llegaba la última cornada, la definitiva... Los hombres recién curados evocaban en ella la imagen de las pobres bestias.

Los curiosos, enardecidos por el tiroteo, seguían con mirada ansiosa al pájaro que lograba escapar; interesábanse en las terribles disputas de los cazadores, reclamando todos la misma pieza; no se fijaban en la lluvia de perdigones fríos que caían en torno de ellos; y si «por casualidad» se perdía un ojo o se sentía escozor en el cuerpo... ¿qué iban a hacer? esto entraba en la diversión.

Antagonismo de cabezas ligeras y corazones calientes, como fueron todos esos oficiales de la guerra de la Independencia, aristocráticos hasta la médula, desprendidos, generosos, con el sentimiento más que con la razón de la causa por que jugaban la vida, enardecidos por la lucha y siguiendo la bandera de su jefe con la ciega obstinación de un oficial de Wallenstein en la guerra de treinta años.

Coceaban los jacos, martirizados por las moscas, tirando de las anillas como si adivinasen el cercano peligro. Trotaban los otros caballos, enardecidos por las espuelas de los jinetes. Carmen y su cuñado tuvieron que refugiarse bajo las arcadas, y al fin la mujer del torero aceptó la invitación de pasar a la capilla.

Al frente de ellos, como portaórdenes de la doctora, figuraba Karl, el escribiente que Ferragut había visto en el caserón del barrio de Chiaia. Este hombre, á pesar de su aspecto meloso, tenía en su historia varios delitos de sangre. Era un digno capataz del grupo de aventureros enardecidos por el entusiasmo patriótico que se reunía todas las tardes en cierto café del puerto.

También lo eran la envidia y el respeto que le inspiraba aquel pobre menestral marchando al encuentro de la muerte con otros seres igualmente humildes, enardecidos todos por la satisfacción del deber cumplido, del sacrificio aceptado. El recuerdo de Madariaga surgía en su memoria. «Donde nos hacemos ricos y formamos una familia, allí está nuestra patria

Vedlos á todos, entusiastas soldados del arte, escalar las ásperas alturas que guian á la cumbre donde se asienta el templo de la Fama, enardecidos por la que rebosa en sus almas, por la hermosura de la conquista, y no ménos que por todo eso, por las voces del ilustrado y benévolo Navarrete, del ático Sanchez Perez, del tan discreto como bilioso Revilla, del juicioso y noble García Cadena, del entusiasta Alfonso, del concienzudo Cortázar.

Los millones de seres sujetos a su continua revolución gritaban y manoteaban entusiasmados y enardecidos por la velocidad. Jaime, tan pronto los veía subiendo a lo más alto, como descendiendo cabeza abajo; pero ellos, en su ilusión, creían marchar rectamente, admirando a cada vuelta nuevos espacios, nuevas cosas.

Fijme, Sinforoso, ¡que allá va socojo! le volvió a gritar acercándose rápidamente. Los clérigos, oyendo la voz de aquel odioso y terrible enemigo de la Iglesia, soltaron la presa; pero enardecidos por el combate, trataron de hacerle frente poniéndose en línea de batalla con los bastones en alto. Al divisarlos Peña, se estremeció de ira y de gozo al mismo tiempo. ¡Son curas!