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Nunca dió un paseo tan agradable como al marchar al lado de Kaledine por las calles de Chiaia hacia la ribera. ¿Qué decía aquel hombre?... Cosas insignificantes para evitar el silencio, pero á él le parecieron observaciones de profunda sabiduría. Su voz era, según él, armoniosa y acariciadora.

Cuando llegó á Nápoles, fatigado por un viaje de cuarenta y ocho horas, le pareció que el cochero se dirigía con demasiada lentitud hacia el viejo palacio de Chiaia. Al atravesar el zaguán con su pequeña maleta, le cortó el paso la portera, gruesa comadre de pelo encrespado y polvoriento, que sólo había entrevisto algunas veces en las profundidades de su caverna.

Ella se detuvo cerca del abandonado monumento. Hasta aquí nada más ordenó . Usted seguirá su camino. Yo voy á la parte alta de Chiaia... Pero antes de separarnos como buenos amigos, me va á dar su palabra de no seguirme, de no importunarme con sus pretensiones amorosas, de no mezclarse más en mi vida. Ulises no contestó. Bajaba la cabeza con un desaliento real.

Bajaron los tres por las calles pendientes de Chiaia hasta la ribera de Santa Lucía. Ferragut, á pesar de su preocupación, se fijó en el aspecto del conde. Iba vestido de azul y con gorra negra, lo mismo que un yachtman que se prepara á tomar parte en una carrera de balandros. Sin duda había adoptado este traje para hacer más solemne la despedida.

Al pasar de este ambiente de bodega húmeda al jardín, amarillo de sol, recibía como un puñetazo atmosférico el disparo del mediodía. ¡La hora del almuerzo!... ¡Y seguramente Freya no iba á almorzar en el hotel! Por la tarde, sus pasos le llevaban instintivamente hacia las calles empinadas del barrio de Chiaia. Todos los edificios viejos y de aspecto señorial atraían su atención.

Otras mañanas se dirigía al jardín de la ribera de Chiaia por los mismos lugares que había pisado yendo con Freya. Esperaba verla aparecer de un momento á otro. Todo lo que le rodeaba tenía algo de ella. Arboles y bancos, aceras y candelabros eléctricos, la conocían perfectamente, por hallarse en su camino habitual.

Hasta aquí nada más dijo ella en una de las bocacalles de Chiaia . Nos veremos... Se lo prometo formalmente... Ahora déjeme... Y desapareció con su paso firme de hermosa cazadora, sereno el rostro, como si no quedase en ella el menor recuerdo de su fiero arrebato pasional. Esta vez cumplió su promesa. Ferragut la vió todos los días.

No hay criaturas con menos originalidad que los hombres cuando desean algo... Estaban en una avenida del paseo. A través de las palmeras y las magnolias se veía por un lado el golfo luminoso y por el otro los ricos edificios de la ribera de Chiaia. Unos chicuelos desarrapados corretearon en torno de la pareja, persiguiéndose.

Sus informes fueron precisos. La signora Talberg comía pocas veces en el hotel. Tenía unos amigos que ocupaban un piso amueblado en el barrio de Chiaia, y con ellos pasaba casi todo el día. Algunas veces ni siquiera venía á dormir... Y volvió á sentarse, guardando apretado en una mano el billete que había presentido con su imaginación.

El portero estaba en la entrada, contemplando el mar, pero con los ojos vueltos indudablemente hacia ellos. Sigamos dijo Freya . Acompáñeme un poco; hablaremos, y luego me dejará usted... Tal vez nos separemos más amigos que antes. Anduvieron en silencio toda la vía Partenope, hasta llegar á los jardines de la ribera de Chiaia, perdiendo de vista el hotel.