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Me pareció que se había suspendido todo en , virtudes y defectos, cualidades buenas y malas, todo, todo, quedándome sólo una puerilidad infantil o una chochez repentina: no explicarlo... algo así como si estuviera hueca y no quedara de mi cuerpo más que el molde externo. Según me dice Jorge, te nombré varias veces: ¡Rosalía! ¡Rosalía! Ya ves que hasta en los delirios te tengo presente.

Y la chochez, respetable cuando es natural, resulta risible cuando se opone vanamente por medio de estos artificios a los estragos del tiempo, pidiendo a la química de tocador la juventud y la belleza que huyeron. Nada más bello que el rielar del alma en el rostro, revelando nuestro estado emocional, el pudor, el sonrojo, la dulce alegría, todos los movimientos espontáneos de nuestro espíritu.

Y además, desconfiaba ella mucho de la actitud de esta e ignoraba hasta qué punto podría contarse con ella para los trabajos de la Restauración... Cierto que su amistad con la reina destronada había sido siempre íntima, leal y consecuente, pero le constaba a ella de buena tinta que Bravo Murillo tuvo la impertinencia de comunicar a la marquesa la respuesta dada por el arzobispo de Valladolid a la consulta de si la Restauración había de conservar o no la unidad católica, y esta no podía ser más terminante: «No era lícito a ningún partido político prescindir de ella». Que era esto una tontería, una chochez del arzobispo, corriente.

Os habéis, pues, hecho cargo del almo júbilo con que se ríe el Todopoderoso en aquel pedazo de cielo que deja transparentarse la gloria desde el Guadiana hasta el Segura, y desde Sierra Morena hasta los dos mares: habéis respirado aquel aire tibio y balsámico, que difunde, en Abril como en Diciembre, el aliento de nuevas rosas; habéis contemplado aquellas matizadas vegas, patrimonio á la par de Flora y Ceres, aquellos cármenes y huertos que no ensoñó Babilonia; aquellos bosques de naranjos y limoneros, como los imaginados por la Fábula; aquellos inmensos olivares y pomposas viñas que absorben y dan por fruto la luz y el calor del sol; aquellas costas en que tienen colonias las palmeras de Oriente y los plátanos de Occidente, y aquellos mitológicos ríos que desaparecen leguas y leguas bajo la fresca bóveda que tejen el arbolado y las malezas de sus fértiles orillas: habéis doquiera recibido la descarga eléctrica, ó sea la conversación, de aquella raza vívida, locuaz, entusiasta, turbulenta, que es á un tiempo sentimental y festiva, infatigable y perezosa, y os ha causado asombro y hasta miedo tanta gracia, tanto fuego, tanta poesía como brotan incesantemente de aquellas bocas siempre llenas de réplicas felices, de chistes rapidísimos, de embustes ingeniosos, de áticas sales, de donosas comparaciones, de atrevidas hipérboles, y de más retórica, en fin, para todos los casos y todos los gustos, que enseñaron Aristóteles, Horacio, Cicerón y los mismos Santos Padres! ¡Y allí, por último, ha surgido ante vuestros ojos, como una sílfide, como una llama de colores, como una tentación viva, la Eva morena, la Elena romántica, la Venus católica y vestida, la mujer andaluza, para decirlo de una vez....., superstición de britanos, locura de franceses, chochez de rusos y alemanes y perdición de los españoles!

Ello era que, según doña Inés, su padre, desde hacía tiempo, daba frecuentes aunque ligeros indicios de extravagancia y de chochez prematura. Tal era la causa que hallaba doña Inés para la desaparición de don Paco.