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Apenas tuvo tiempo de terminar estas palabras, cuando Fabrice, agarrándolo por el cuello, casi hasta ahogarlo: ¡Miserable! le dijo , ¡estás ebrio!... ¡Vete! ¡Vete de mi casa! Y lo empujó, arrojándolo fuera del taller. ¡Pobre tonto! murmuró Calvat haciendo una repugnante mueca. ¡Te he dicho que te vayas! añadió Jacques marchando hacia su cuñado.

Con sólo un tirón arrancó el tamborcillo de las rodillas del cantor, arrojándolo inmediatamente contra su cabeza, y tal fue el ímpetu, que se rompieron los parches; quedando la caja como un gorro torcido sobre la frente ensangrentada del muchacho. Saltaron los atlots de sus asientos, sin saber ciertamente lo que hacían, pero llevándose todos las manos a la faja.

Maltrana miraba estos animales sórdidos, de salvaje ferocidad, con gran repugnancia. Recordaba las confidencias del Mosco, indignado contra ciertos vecinos que, al encontrar en Madrid un perro muerto, se lo traían en el carro, arrojándolo en el corral, donde al poco tiempo sólo era un esqueleto descarnado.

La solitaria costa se perdía á lo lejos en vaga neblina, que la luna desvanecía hasta confundirla con el horizonte. El bosque murmuraba voces ininteligibles. El anciano entonces, con el esfuerzo de sus hercúleos brazos, lanzó la maleta al espacio arrojándolo al mar.

Lo levantó con un cuerno, arrojándolo a algunos pasos de distancia tras breve zarandeo, y quiso volver sobre él por tercera vez. La muchedumbre, aturdida por la velocidad con que había ocurrido todo esto, permanecía silenciosa, con el pecho oprimido. ¡Lo iba a matar! ¡Tal vez lo había matado ya!... De pronto, un alarido de todo el público rompió este silencio angustioso.

Para matarse había tenido que olvidarlas. ¡Y las había olvidado! ¡Su fe en Dios no era tan firme como parecía, puesto que la había dejado darse la muerte! ¡Se había matado pensando en una extraña, sin dejarle a él una palabra de despedida, arrojándolo en cambio al escepticismo de que había querido sacarlo!

Hoy debería estar alegre: hace meses que no he tenido una tarde igual. He jugado, y mira... ¡mira! Diez y siete mil francos. Había sacado de un bolsillo interior un fajo de billetes azules, arrojándolo sobre la mesa con cierta furia. Llegué á ganar hasta veintiséis mil. Una suerte de amante desesperado, de marido infeliz... Y sin embargo, no estoy contento.

Cuando la moneda hubo marcado el lugar de cada uno, don Marcos colocó al príncipe delante de una espada. Marqués: el sombrero dijo en voz baja. Lubimoff, comprendiendo esta indicación, se despojó del sombrero, arrojándolo á gran distancia.

El sol lanzaba al través del follaje dardos de oro sobre la arena de las calles; el frío era seco y benigno a aquellas horas; las tres paredes del hotel y de la casa de Artegui formaban una como natural estufa, recogiendo todo el calor solar y arrojándolo sobre el jardín.

El toro, atraído por esta carrera, marchó tras él, y metiendo la poderosa cabeza bajo su vientre lo levantó en los cuernos, arrojándolo al suelo y ensañándose en su mísero armazón quebrantado y agujereado. Al abandonarle la fiera, moribundo y pataleante, un «mono sabio» se aproximó para rematarlo, hundiéndole el hierro de la puntilla en lo alto del cráneo.