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Una racha traidora que te ha metido la borda debajo del agua... Pero eres barco de mucha manga añadió poniéndole las manos sobre los hercúleos hombros. Tienes las cuadernas sólidas... Ya achicaremos el agua. Gonzalo no contestó. ¿Por qué no te has venido inmediatamente a casa?

Robusto, ancho de espaldas, dobladote como se dice vulgarmente, tenía una fuerza y un vigor hercúleos. A su edad nadie alardea de vigoroso y fuerte, y Andrés dejaba atónitos a los mozos más fornidos en eso de echarse a cuestas un fardo y levantar y poner en el mostrador un barril de aguardiente.

Adoraba como un idealista las zafias beldades con su olor a limón y tierra, gozaba oyendo sus conversaciones, prestábalas con el mayor gusto pequeños servicios, aguantaba sus groserías e impertinencias, todo a cambio de poder estarse en un rincón, tímido y sonriente, contemplando los brazos hercúleos, los ojazos insolentes y las piernas como columnas, marcadas por el discreto zagalejo.

Entre los ángulos que forman los lunetos hay estátuas, colocadas tambien en recuadros sostenidos de niños ó genios, de músculos hercúleos y carnes superabundantemente nutridas, con escudos del obispo Reinoso.

Por los antiguos romances y por la historia se sabe que aquella lucha a brazo partido, que interrumpió el abad en el convento de los Pirineos, se reanudó más tarde no lejos de allí, y terminó gloriosamente para Bernardo, muriendo ahogado entre sus brazos hercúleos el paladín D. Roldán, pues no era otro quien había luchado con él, cuando los dos eran novicios.

No tenía muy robustas piernas el escribiente, muchachón enclenque y larguirucho; y a breve distancia perdió fuerzas, tropezó con un tronco, cayó de bruces... Tendido en el suelo sintió que se acercaba un hombre y que dos hercúleos brazos lo ataban codo con codo, lo registraban y le quitaban el revólver... Pidió gracia por la vida... Nadie le contestó... Pero un violento puntapié lo obligó a levantarse... Vio entonces que tenía enfrente un gaucho forajido.

Las hormigas removían el suelo, elevaban pirámides junto al túnel de su vivienda, y en negros rosarios atravesaban los andenes, realizando bajo la hierba obscuras epopeyas de combates, conquistas y trabajos hercúleos. De ciprés en ciprés aleteaban pájaros negros, rasgando el silencio con su silbido.

No puede darse mejor juego decía un filósofo de altas botas y brazos hercúleos. Si el coronel mata a Flash, venga a la señora de Galba; si Flash tumba al coronel, Galba queda vengado en lugar suyo. Así es que con un juego tal no se puede perder.

Por más que á don Silvestre repugnara el desprenderse de sus cómodos hábitos, al día siguiente tuvo que empaquetarse en los nuevos que le trajeron de una elegante ropería; pero como el diablo las carga, si bien, con trabajillos y todo, parecieron pantalón, levita, chaleco y sombrero, para las piernas, tronco, cuello y cabeza hercúleos de don Silvestre, no hubo un par de botas para sus pies en toda la corte, pues, como decían los zapateros á quienes se acudió, «hormas de tal tamaño no se hacían en Madrid sino de encargo».

El sol de verano caldeaba la muchedumbre, por entre la cual paseaban las chiquillas despeinadas y en chanclas, con el cántaro en la cadera, pregonando el agua fresca, y los mocetones de brazos hercúleos y arremangados, con pañuelo de seda en la cabeza, sosteniendo a pulso las pesadas heladoras y ofreciendo a gritos la horchata y el agua de cebada. Ya habían sonado las cuatro.