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Contó en seguida, sin dar lugar a otra pregunta, que los agentes de Su Majestad habían sospechado de don Alonso, y que, durante la ausencia del caballero, entraron de rondón en su casa, revolviendo hasta la última gaveta y llevándose un gran fajo de papeles. ¿En dónde será ajusticiado don Diego? volvió a preguntar bruscamente Ramiro.

Allí sacó rosarios, escapularios, un fajo de papeletas de empeño envuelto en un pedazo de periódico, trozos de herradura recogidos en las calles, muelas de animales o de personas, y otras baratijas. Terminado el registro, entró la Benina, de vuelta ya de su diligencia, la cual había despachado con tanta presteza, como si la hubieran llevado y traído en volandas los angelitos del cielo.

La fama no estamos muy acordes los que vamos tras ella en lo que consiste; pero yo puedo asegurar que el fajo de cuartillas que emborrono todos los días, lo emborrono por conquistarla. »Cuando me siento ante la mesa, después de levantarme, me esperan sobre ella una porción de libros. Los que han escrito estos libros quieren que yo los lea. ¿Por qué quieren que yo los lea?

Por ella supo don Alonso que, en la tarde del 21 de octubre, un hato de ministros de justicia había invadido su mansión, penetrando en todas las cuadras, revolviendo armarios y arcones, descajonando hasta el último escritorio y concluyendo por llevarse un gran fajo de papeles y un sello de amatista con las armas de Bracamonte.

En cuanto al pago; la ciudad estaba orgullosa de su millonario. Ni en el Banco de España había la formalidad y la confianza que en su casa. Nada de empleados ni mesas; todo a la pata llana; pero ya se podían pedir miles de duros que, como él quisiera, no tenía más que meterse en su alcoba, y de misteriosos escondrijos sacaba cada fajo de billetes que metía miedo.

Me levanto: me he retirado de la redacción a las dos de la madrugada; es preciso salir... Las calles están desiertas; pasa de cuando en cuando un obrero, con blusa azul, cabizbajo, presuroso, las manos en los bolsillos, liada la cara en bufanda recia; pasa una moza con el mantón subido, pálida, ornados los ojos de anchas ojeras lívidas; pasa un muchacho con un enorme fajo de carteles bajo el brazo.

Cuando llegó la hora de mi embarque, en plena noche, disfrazado de marinero, dejé en la taberna todos mis objetos de uso personal y el pequeño fajo de hojas escritas por ambas caras. Vagué tres meses por Italia, volví á España, y un consejo de guerra me condenó á varios años de presidio. Estuve encerrado más de doce meses, sufriendo los rigores de una severidad intencionada y cruel.

Y las pruebas eran el fajo de cartas que estaba arriba, entre planos y cuadernos de cálculos; hojas de papel satinado, de suave color de rosa, en las que Pepita juraba quererlo «más que á su vida» y terminaba invariablemente «tuya hasta la muertePara Sanabre, estos juramentos eran más solemnes é inconmovibles que las sentencias de un tribunal.

Hoy debería estar alegre: hace meses que no he tenido una tarde igual. He jugado, y mira... ¡mira! Diez y siete mil francos. Había sacado de un bolsillo interior un fajo de billetes azules, arrojándolo sobre la mesa con cierta furia. Llegué á ganar hasta veintiséis mil. Una suerte de amante desesperado, de marido infeliz... Y sin embargo, no estoy contento.

«Querida Pepita: Quedé en escribirte desde París, pero no puede ser, porque no he ido aún a París. Te escribo desde Madrid. Y quiero contarte muchas cosas. Aquí yo hago una vida terrible. Sabrás que emborrono todos los días un fajo de cuartillas. No me levanto muy temprano; me acuesto tarde.