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Allí se sentaron dejando los caballos amarrados. Tristán se mostraba por momentos más tranquilo, más feliz y más tierno. No lo que me pasa, Clara mía murmuraba reclinado a sus pies y contemplándola con embeleso , pero me hallo distinto de lo que hace unos momentos era, distinto de lo que he sido toda la vida.

Eran los esclavos más infelices de la historia; ellos mismos trenzaban el látigo que les tenía sometidos, ellos forjaban la cadena que les mantenía amarrados; hambrientos, con el hambre prolongada de una alimentación engañosa, falsamente alegres con la alegría enfermiza de la embriaguez.

Era aquél un cuadro homérico: el sol llegaba al ocaso; las majadas que volvían al redil hendían el aire con sus confusos balidos; el dueño de la casa, hombre de sesenta años, de una fisonomía noble, en que la raza europea pura se ostentaba por la blancura del cutis, los ojos azulados, la frente espaciosa y despejada, hacía coro, a que contestaban una docena de mujeres y algunos mocetones, cuyos caballos, no bien domados aún, estaban amarrados cerca de la puerta de la capilla.

De los buques amarrados a la orilla, una vez que dieron las siete, empezó a salir una nube de marineros y oficiales, contramaestres, etc., que pronto obstruyeron la vía, formando grupos compactos delante de cada mesa.

En el fondo de las grandes cortaduras de las canteras, corrían sobre los rieles lijeramente tendidos, las vagonetas de mineral, tiradas unas por caballos, empujadas otras por hombres. Veíanse grandes plataformas de madera, planos inclinados por los cuales resbalaban los vehículos amarrados á una cadena sin fin.

Los inválidos del mar amarrados en los puertos como hierro viejo obtenían precios fabulosos. Buques encallados y olvidados en costas remotas eran puestos á flote por empresas que ganaban millones con esta resurrección. Otros sumergidos en los mares tropicales se veían devueltos á la superficie después de una permanencia de diez años debajo del agua, reanudando sus viajes.

Pero su vestido, como su carácter, era el de siempre: el mismo gorro catalán, la misma camisa de bayeta verde sobre la de estopa interior, los mismos calzones pardos de ancha campana y amarrados á la cintura con una correa, y los mismos zapatos, sin tacones y sin lustre, sobre el pie desnudo. Consigno este dato, porque á la sazón no era ya este traje el característico del oficio.

Pues entonces ¡en avant!, dijo Tránter, echando á andar con gran prisa, seguido de numerosos escuderos. Á orillas del Garona había una pequeña pradera limitada en dos de sus extremos por altos paredones. El terreno formaba rápido declive al acercarse al río, muy profundo en aquel punto, y los únicos dos ó tres botes visibles estaban amarrados á gran distancia.

Poco a poco fueron enrojeciéndose las paredes de los altos campanarios, los ruidos se hicieron más perceptibles a través del aire algo más húmedo, anchas franjas de fuego se formaron sobre el ocaso hacia el lado en donde se alzaban por encima de las casas los mástiles de los barcos amarrados a la orilla del río.

El coche dejó el camino y se puso a correr sobre el césped hacia aquel grupo. ¿Los toros estarán amarrados, por supuesto? pregunté. El conde me miró sonriente y con sorpresa. ¡Amarrados! No, señor. Están sueltos. «¡Oh diablos!», dije para . De buena gana me hubiera apeado. Se me había desvanecido por completo la curiosidad de conocer el ganado.