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Mi mula de repente apresuraba, Corriendo, y en pararla me era en vano, Que el miedo del temblor la desquitaba: Corriò con las orejas aguzadas, Y ainas me quebrára las quijadas.

El cochero renegaba del mal tiempo enérgicamente cuando Artegui depositó a Lucía casi exánime en el asiento, subiendo a toda prisa el hule, para guarecerla algo. Las jacas, espantadas, salieron sin aguardar la caricia de la fusta, y, aguzadas las orejas y ensanchando las fosas nasales, arrancaron hacia Bayona. Lucía acababa de secarse ante la chimenea encendida por Artegui en su cuarto.

Tenia el pueblo fortificado como con muralla, con tres órdenes de maderos, del grueso de un hombre, de un estado de alto; habian hecho tambien hoyos, como los que quedan dichos, y en cada uno, cinco ó seis estacas fijadas, y aguzadas como agujas. Estaba muy bien fortalecido, y con guarnicion de indios fuertes: tuvímosle sitiado tres dias en vano.

Como el escombro de caballo en que anda tiene los ojos vendados y no puede defenderse, por falta de fuerza y agilidad, cuando la púa del picador no resiste para contener el empuje del toro, este se aboca sobre el miserable rocin, le hunde las hastas aguzadas en el pecho y el vientre, lo despedaza y lo lanza á algunos pasos de distancia; quedando el picador tendido en el suelo, sin defensa, bajo la sangrienta y confusa mole del caballo y el toro.

Mire usted los delfines, Nieves, en rebaños, dándola a usted escolta de honor, y haciendo, volatines fuera del agua para que usted los admire. ¡Cómo quieren lucir su ligereza pasándonos por la proa a lo mejor! Nieves los admiraba, y hasta los temía al verlos surgir del abismo junto al carel, volteando como pedazos de rueda negra con aguzadas cuchillas de acero enclavadas en la llanta.

De esta herida, que dado el temperamento de su esposa, no tenía tiempo a cicatrizarse, vengábase lindamente despellejando a la aristocracia de Madrid, arrojando puñados de lodo que llegaban, a salpicar a las más altas personas. Pasaba el duque de Tornos por una de las lenguas más aguzadas y temibles de la capital. Venturita tuvo ocasión pronto de conocer su temple y su filo.

La luz penetraba el alabastro de sus manos señoriles, aguzadas por la aspiración continua de la plegaria. Ella solía interponerlas ante la luz de los candelabros para considerar el aviso fúnebre de sus propias falanges y meditar en el fin que a todos nos espera. Ramiro la miró con asombro. Los rasgos de doña Guiomar estaban visiblemente demudados por alguna grave pesadumbre.

Todos los inventarios de la época cuentan como de mayor número estas especies de armas ofensivas distinguiéndolas en clases que nombran lanzas manesgas, lanzas largas, chuzos ó picas, romañolas, guadañas, etc., amén de las arrojadizas que entraban por cientos, como dardos, virotes y barras aguzadas.