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Desde el momento que su ojo penetrante ha divisado, los palpos palpan, las pinzas aprietan, las quijadas rompen, y en seguida, sin intermediario, el estómago, que en encierra una máquina para triturar, desmenuza y disuelve. En un momento todo ha concluido, la presa desaparece y es digerida. En ser semejante todo es superior. Ven los ojos por delante y por detrás.

Hace tres años que padece hambres y penas, y, sin embargo, jamás se ha quejado. Ya conoce mi carácter, sabe que cuando Burton Blair resuelve hacer una cosa ¡por Job! la hace y apretó fuertemente sus enérgicas quijadas, mientras en sus ojos se reflejó una mirada de decisión y persistencia tenaz, la más terrible que he visto en un hombre.

En suma, allí se juntaba lo más granado de la comarca, faltando sólo el marqués de Ulloa, que vendría de fijo a los postres. La monumental sopa de pan rehogada en grasa, con chorizo, garbanzos y huevos cocidos cortados en ruedas, circulaba ya en gigantescos tarterones, y se comía en silencio, jugando bien las quijadas.

Alrededor de su boca, que no era más que una hendidura, y encima de sus quijadas, que no eran otra cosa que un armazón, crecía un vello tenaz, los fuertes retoños blancos de su barba que, afeitada semanalmente en cuarenta años, despuntaban rígidos y brillantes como alambres de plata. Hacían más singular el aspecto de esta cara dos enormes orejas extendidas, colgantes y transparentes.

Quedó don Quijote, después de desarmado, en sus estrechos greguescos y en su jubón de camuza, seco, alto, tendido, con las quijadas, que por de dentro se besaba la una con la otra; figura que, a no tener cuenta las doncellas que le servían con disimular la risa -que fue una de las precisas órdenes que sus señores les habían dado-, reventaran riendo.

No teniendo ocasión de combatir, háselas dispensado de armarse de las horrorosas quijadas y sierras, esos instrumentos de muerte y de tortura que el tiburón y tantos otros animales débiles adquirieron á fuerza de consumar asesinatos. A nadie persiguen. El alimento más bien acude á su alcance, traído por el oleaje.

Completaba la fascinación del globito de agua un bullido juguetón, en el cual cualquier poeta habría podido oír, con buena voluntad, las risotadas de los niños de las náyades. Mariano puso los codos en las rodillas, las quijadas en las palmas de las manos, y estuvo mirando el extraño surtidor... Dios sabe cuánto tiempo.

Lo que es yo, gusto tan poco de dichas corridas, que nunca voy á presenciarlas, como no he ido en los Estados Unidos á divertirme en ver á dos ciudadanos romperse á puñetazos el esternón y las quijadas para deleite de los cultos espectadores; mas no por eso diré que mientras entre los yankees se estilen tales juegos, no será posible que se civilicen y seguirán siendo bárbaros y feroces. El Sr.

Pues ya que tan duras entrañas tenéis, os deseo que cuando la plaga empiece á matar ingleses se os lleve á vos el primero.... ¡Pesia ! Lo que á vos os duele, seor dentista, es que muriéndose medio mundo os quedaríais poco menos que sin trabajo, vos que sólo entendéis de despoblar quijadas y apenas ganáis hoy para pan y queso.

Aquí hay un gabinete perfectamente confortable, donde se ponen dientes; allí se restauran las encías; allá nos ofrecen quijadas, ó narices, ó piernas, ú ojos artificiales, todo con una baratura, una comodidad y un buen gusto que encanta.